José Ramón Ripoll, «El lenguaje de los otros». Por Arturo Tendero

José Ramón Ripoll. El lenguaje de loa otros

 

JOSÉ RAMÓN RIPOLL
El lenguaje de los otros
Visor, Madrid, 2016

Los aficionados a la poesía seguimos con expectación el premio Loewe porque durante mucho tiempo ha sido referencia, ha alumbrado libros excelentes y hasta ha encumbrado a algún desconocido, como excepción a la regla.

Significa algo parecido a lo que significó el premio Adonáis para poetas en ciernes. Esto es mucho en un país con tantos premios literarios. Donde hay expectación, suele menudear también la decepción, que, cuando se repite demasiado, lo pone todo perdido de moscas: El que, a estas alturas, cree asentado su gusto literario, tiende a pensar que se le ha desajustado el criterio si, con demasiada frecuencia, los libros premiados ni se disfrutan ni se entienden; parecen estar ahí para reprocharle a uno que no sabe leer poesía o que no está a la última. El ganador de la vigésimo novena edición ha sido el gaditano José Ramón Ripoll (1952), de quien se ha celebrado que es director de la RevistAtlántica de poesía desde su fundación en 1991, y gran difusor musical, lo que no debe anteponerse a su trayectoria de poeta muy galardonado. El libro, La lengua de los otros, hace pocas concesiones al lector. Los poemas que lo componen van describiendo el limbo anterior al nacimiento y, por tanto, al lenguaje. Son «testimonio de ese morir naciendo» y navegan en un magma nebuloso, donde las imágenes recuerdan a los movimientos instintivos del feto en la placenta: «nacer y no: / llaga perpetua». La sucesión está bien hilvanada y fluye con naturalidad. Sin embargo, a medida que uno avanza, echa de menos imágenes tangibles que sirvan de asidero a la memoria. Dicho con las mismas palabras del poeta: «un rostro al que mirar / y que a su vez devuelva la mirada / significando, / sí, / significando». Abandonarnos en este extravío anterior a la razón está sin duda en el concepto mismo del libro. Las gaviotas, las montañas azules, las fuentes y los estanques aparecen, no como imágenes, sino como presentimiento de imágenes: «claro sonar del agua antes del río, / antes del mar o de la fuente». Al fondo se esboza, informe todavía, «el reino de las cosas / para otorgarles el sentido de estar / dentro de un mismo mundo, / dentro de ti».

Arturo Tendero

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