«La dama pálida», de Alejandro Dumas. Por Rubén Castillo

 

Alejandro Dumas es uno de los grandes narradores europeos del siglo XIX. En ese dato existe universal consenso. No obstante, debo reconocer con un cierto rubor que me he sumergido en sus obras con menos frecuencia de la deseable. Para aliviar esa carencia acudo a un interesante volumen donde la editorial Eneida reúne dos historias firmadas por él y traducidas por Luisa Elorriaga.

En la primera (La dama pálida) nos encontramos con una bella joven polaca que se dispone a contarnos un episodio traumático de su vida: sabiendo que los rusos avanzan hacia el castillo familiar, su padre la envía como medida de protección hacia el monasterio de Sahastrú, en los Cárpatos, una zona inhóspita y agreste en la que «ni tiempo se tiene para sentir miedo» (p. 14). Allí su caravana fue asaltada por unos bandoleros y terminó recalando en el castillo de Brankovan, donde dos hermanos (el refinado Gregoriska y el brutal Kostaki) se disputarán su amor. Pero muy pronto la agobiante situación se complicará con tintes vampíricos de lo más inquietantes.

En la segunda (Historia de un muerto contada por él mismo), el narrador será un joven médico quien, llamado una madrugada para atender a una bellísima muchacha moribunda, acaba enamorándose perdidamente de ella. Pero justo en ese momento se produce un inesperado percance y el chico muere. Eso no le va a impedir que, con ayuda del Señor de las Tinieblas, consiga acercarse hasta el objeto de su deseo.

Es evidente que ninguna de las dos historias es, argumentalmente, demasiado original (un relato de vampiros y otro de aparecidos), pero existen diferencias técnicas entre ambas. La primera es mucho más compacta, más sólida, y está trazada con más firmes mimbres narrativos. Todo en ella fluye con envidiable naturalidad. En la segunda, por el contrario, Alejandro Dumas se deja llevar por unos tics más «adolescentes» (por ejemplo, la manera más bien burda que utiliza para justificar en el último párrafo el título de la fabulación) y eso estropea la credibilidad de su propuesta. Se nota que, conforme el relato llega a su fin, el escritor francés comienza a apurarse por encontrarle una solución convincente, sin llegar a obtenerla del todo.

Sea como fuere, un libro que merece ser leído y que deja un agradable sabor de boca.

Rubén Castillo

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