La ecalvitud hoy. Por Maribel Romero Soler

Uno de los últimos libros que he leído, LA PIEL DE LA MEMORIA, de Jordi Sierra i Fabra, me ha hecho reflexionar sobre esta cuestión en pleno siglo XXI.
La obra está firmada por su autor en la primavera de 2001 pero es muy posible que a día de hoy, diez años después, todavía existan casos de esclavitud como los que son narrados en este terrible testimonio.
En LA PIEL DE LA MEMORIA, Kalil Mtube, un niño de 12 años, es vendido por su padre en una aldea de Malí por el módico precio de 15 dólares, bajo la creencia, o la ignorancia, de que el muchacho va a ser acogido por una familia rica que le dará estudios y trabajo, y que algún día volverá a su hogar con un montón de dinero en el bolsillo. El comprador, un intermediario en este tipo de transacciones, lo revende por 35 dólares al dueño de una explotación de cacao, en Costa de Marfil, y allí comienza la esclavitud (debo aclarar que la vida del niño desde que es comprado hasta llegar a su destino tampoco es un camino de rosas, sino de maltrato, vejaciones y dolor).
Cuando Kalil llega a la plantación descubre a muchos muchachos como él, desnutridos, harapientos, con las miradas vacías y los corazones más vacíos aún. Deben trabajar de sol a sol, nunca cobran por sus servicios, para ellos no existen sábados ni domingos, solo reciben dos comidas al día (arroz y ñame) y beben agua de una charca, con el consiguiente riesgo de enfermar (alguno de ellos llega a morir), jamás van a volver a ver a su familia, no tienen diversiones, ni amigos, no saben leer ni escribir… Si desobedecen o muestran rebeldía son golpeados con látigos, a veces hasta la muerte, si tratan de huir son perseguidos, capturados y enterrados hasta el cuello durante dos días la primera vez, y durante tres la segunda y última, porque de esa vez no salen vivos. Si a pesar de las dificultades consiguen escapar, la vida fuera del campo no es más fácil. Están muy lejos de sus hogares, no saben regresar, no tienen dinero, no tienen comida, no tienen agua, no tienen papeles, son mucho menos que nada, y no pueden dirigirse a las autoridades denunciando su situación porque lo primero que recibirán es un bofetón y la aseveración de que “en este país no existe la esclavitud, eres un sinvergüenza”.
No quiero adentrarme en detalles muy crueles, en situaciones que me parecen imposibles de soportar para un ser humano, en el colmo del dolor y la humillación, pero sí quiero preguntarme si todavía hoy existe la esclavitud en el mundo, y estoy convencida de que sí, ya sea en África ya sea en otros puntos geográficos, ya sea en industrias o en minas, en los campos o en las calles. Me vienen a la cabeza en estos momentos todas esas etiquetas de “made in Vietman”, “made in Indonesia”, “made in Tailandia” y otros muchos “mades” que esconden las ropas de marca en su interior, principalmente las deportivas, y por las que los chavales de occidente serían capaces de matar. ¿En qué condiciones trabajarán las personas que fabrican estas prendas? A veces tenemos una visión distorsionada de la realidad y solo porque las condiciones de estos trabajadores sean mejores que las del resto de la gente de su entorno, consideramos que no hay explotación.
Después de leer este libro y de reflexionar sobre la esclavitud, sobre las personas y los sentimientos, la riqueza y la pobreza, la sabiduría o la ignorancia, a mí me da la impresión de que este mundo está patas arriba, de que gira al revés o se dedica constantemente a escribir renglones torcidos, y nosotros, desde nuestros acomodados sillones, únicamente doblamos la cabeza para poderlos leer bien.

Maribel Romero Soler
Blog de la autora

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