El escritor Lorenzo Silva, con la honradez intelectual que le caracteriza, y tras definirse, una vez más, como de izquierdas, ha recogido y querido hacer públicas las palabras de un trabajador del Samur, amigo personal y como él de esa misma sensibilidad social, que le confesaba incluso que no había ido a la manifestación por atender a su trabajo, que quedó sobrecogido cuando al atender a los heridos, la mayoría policías, y algunos manifestantes fue testigo de una escena que le espantó por la deshumanización y odio que conllevaba: «No vi en ningún policía ni una mirada que tradujera odio o ánimo de venganza hacia ninguno de sus agresores. En el exterior, sin embargo, acompañantes de los manifestantes heridos nos gritaban a los trabajadores del Samur que éramos cómplices y que no atendiéramos a policías, que los dejásemos morir. Aplaudían cada vez que entraba un policía herido, e incluso llegaron a arrojar un petardo junto al PSA. Acabamos necesitando un cordón policial para poder trabajar con un mínimo de seguridad».
Han pasado las horas y los días. La izquierda oficial, PSOE, ausente de la movilización aunque algunos de sus miembros estuvieron presentes, e IU, protagonista en buena parte de la misma, guarda silencio sobre la violencia desatada a su término. Un silencio vergonzante para evitar tener que enfrentarse y condenar lo que es una evidencia perfectamente plasmada en la retina de los ciudadanos. El cálculo electoral o la simpatía emocional más próxima a los agresores, por ser de la “familia”, que a los agredidos, por la lacra de ser “policías”, les lleva a esta actitud que desde el punto de vista ético y democrático es tan reprobable como en realidad letal para sus propios intereses. La izquierda encapuchada y su salvajismo organizado lo único que alumbran son el rechazo y el miedo. Confundirse, por acción u omisión en la condena, con ella es un verdadero suicidio político.
Hay más que razones para la protesta, hay situaciones personales y colectivas límites, hay injusticias, desigualdades y pobreza. Muchos de los que acudieron a la marcha las sufren y aunque no sea su situación otros muchos entienden, y entienden bien, que su voz y presencia han de estar con ellos.
Pero no son precisamente los que se lanzan a la destrucción, al incendio, a la agresión y pretenden arrasarlo todo, y no solo mobiliario, quienes la sufren, sino que más bien la aprovechan. Porque esa turba, violenta y nihilista, encapuchada, puro lumpen, en exacta definición marxista, lo único que hace es degradar, corromper y envilecer su protesta y sus razones.
Sin embargo la izquierda española, en su batalla de poder y en la consideración de que la derecha es perversa en su esencia y que carece incluso de la condición de “persona” (como se negaba a los policías heridos el más elemental de los derechos humanos) no parece capaz de deslindarse de tal aberración. Sus portavoces oficiales o mediáticos se dedican al malabarismo ideológico para ocultarla, excusarla y hasta defenderla.
Algunos van más lejos. Formulan doctrinas que los engloban y que ya directamente abjuran del principio esencial de la libertad y la democracia: la libertad del otro y el voto. Las soflamas de los promotores de la marcha, postulados de la izquierda más arcaica, preñadas de nostalgias soviéticas y hossanas a regímenes cubanos y caudillos enchavecidos propugnan la implantación de democracias y tribunales “populares” y, aunque no se atreven a proclamarlo, de “dictaduras de proletariado”, amparadas en la legitimidad suprema del “pueblo” que es y son solo y en exclusiva ellos mismos. El paraíso de la clase obrera que estaba tras aquel telón de acero y que hizo que quienes sí lucharon contra la dictadura franquista en España lo repudiaran y huyeran espantados de aquella opresión totalitaria y liberticida que se llamó estalinismo. El eurocomunismo y la reconciliación nacional es algo que hoy arrojan a la basura como un desperdicio. Como a la Constitución, como a las urnas, como al voto, como a todo lo que se oponga a su iluminada doctrina de redentores de la humanidad. Aunque para convencerlos haya que abrirles la cabeza a golpes y si ni aun así les entra, pues como les gritaban al Samur : “Que se mueran”. Porque los “enemigos del pueblo” no tienen derecho ni a la vida.
Antonio Pérez Henares
Fuente: Artículo publicado en el blog Periodista Digital
Realmente asusta la agresividad en la que estamos inmersos…