La vida secreta de las cosas
Todo en esta vida, se quiera o no reconocer, es efímero; se encuentra atado a esa línea finita que un día dejara libre a lo que aprisionaba. Vamos caminando de forma lenta a veces, en ocasiones de manera veloz, en momentos con grandes traspiés: así es la realidad de un tiempo, que, como ya se dijo, es finito.
El valor que se le otorga a las cosas es supremo. En algunos casos, toda una vida tiene que transcurrir para que se pueda tener la mitad de todos los sueños planeados a una temprana edad. ¿Nos hemos puesto a pensar a quienes honramos, a quienes amamos, por quienes estamos dispuestos a, metafóricamente hablando, «dar la vida»; por objetos, por elementos de una construcción terrenal que el día de mañana se van a quedar estáticos, sin nombre, sin alma, sin tiempo, sin identidad?
La vida secreta de las cosas, importante tenerlo claro, es todo lo que uno como ser humano le deja a esa prenda; es ese canje de sensaciones, de diálogos, de susurros que se intercambian día a día con nuestros accesorios que nos facilitan el transcurso de la vida. Es un llamamiento para que el eco de las cosas siga floreciendo. Como resonancia en una cueva que siga respondiendo.
Bien se ha dicho que un lugar puede estar impregnado de buenos o malos recuerdos. El alma de las cosas, por de alguna manera llamarlo, estará presente. Las cosas tienen vida porque nosotros les otorgamos un trozo de nuestra existencia. Lo que sí en ningún momento se debe sobrepasar es tener claro que los objetos se quedan en la tierra, y bajo ninguna circunstancia deben de sustituir al aprecio que se siente por una persona.
¿Qué dirá ese reloj que empolvado en el cajón del tiempo sigue recordando que ahí habitó un ser sumamente metódico en la vida?
Mauricio Polina Cano