Alma, corazón y vida (como decía la vieja canción) sirven para identificar a esta heroína del sufrimiento poético que combinó como nadie la fusión entre vida y arte como claras reminiscencias del romanticismo más puro y exacerbado, que como muy bien dice Ana María Foix en Un espíritu prisionero (Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg, 1999) “Tsvietáieva constituyó una auténtica manera de ser, de sentir, de pensar y de morir, absolutamente incontaminada por ningún tipo de impostura”.
Su poesía es una poesía sin límites, como su forma de entender la vida, que se desplazaba más allá de las convulsiones políticas que le tocó vivir, para situarse en el territorio de los grandes sentimientos humanos: lealtad, pureza, dignidad, que como muy bien nos apunta José Luis Reina Palazón en el magistral prólogo que antecede a esta antología: “su posición a lo largo de su vida no se basa en ideas políticas sino en un sentimiento moral que le lleva siempre a estar de parte de los derrotados o de los leales a una fe imposible, que en palabras de la propia poeta queda como sigue: la política es una abominación evidente, de la que no se puede esperar otra cosa. ¿Tener una ética y entrar en política?” Lo que nos indica cómo fue toda su vida, una búsqueda de la mayor de las purezas, de aquello que era más sublime, porque Marina no se conformaba con todo aquello que se conformaban los demás. Insatisfacción vital sumergida en la necesidad de la escritura en forma de poesía donde poder construir un mundo a su medida, un mundo que se pareciera algo más a sus sueños. De ahí, nace lo que podíamos denominar como La poesía como sueño. Un viaje cargado de grandes ideales exentos de unas referencias que no fueran las suyas, alejada de modas y autores. En este sentido, J. L Reina muy acertadamente nos apunta que: “para Tsvietáieva la palabra no sólo sustituye al mundo exterior, sino que es el mundo en sí y que el mundo externo es sólo el motivo, real pero débil, de la creación de lo verdadero. Ella nos diría que la palabra es más objeto que el objeto mismo: es ella misma objeto, que sólo es un signo. Nombrar quiere decir objetivas, no representar”.
La Antología de 100 poemas, que ahora abordamos, recoge poemas de todos los ciclos de su vida, lo que nos da una idea de lo amplio y majestuoso de su atormentada existencia y obra, que va desde la pasión más extrema, al reconocimiento que aquellos otros que ella consideró dignos de su alabanza, o a las canciones populares rusas, como manifestación de la mayor de las purezas de la cultura del pueblo ruso. En el primer poema de la Antología, titulado En la Sala (y que está fechado en 1908) ya se dejan entrever las características de su poesía, cargada de una visión particularísima y muy personal, donde retrata a la perfección el mundo plagado de ensoñaciones de unos niños (ella misma) y que ya se mueve en una vitalidad que sobrepasa el tiempo, y como muy bien dice Reina: “su poesía es como el mar, un impulso constante preso en su movimiento”. Y que acabó tristemente en 1941 cuando se quitó la vida, que ya reflejó con anterioridad; “mi soledad, lavazas y lágrimas. El tono mayor y menor de todo es: horror. Nadie puede ver, nadie se da cuenta que desde hace un año estoy buscando un gancho para morir… No quiero morir, quiero no ser. Un sinsentido… Vivir mi vida hasta el final es mascar ajenjo hasta el fin”
Sola y en la más estricta miseria, así acabó sus días la gran poeta rusa Marina Tsvietáieva, lo que sin duda no va ocurrir con su obra. Una poesía en la que subyace la idea de la metáfora como reflejo de un espejo que nos libera de todo aquello que no queremos, para devolvernos el más profundo de los sentimientos. Todo ello, como símbolo de la victoria del arte sobre la vida y del paso del tiempo sobre la muerte.
Artículo de Ángel Silvelo Gabriel