«Cribando los pocos recuerdos que la censura de la memoria ha dejado pasar me veo como un hijo molesto. Demasiado preguntón. Demasiado impertinente. Demasiado lector. Demasiado pajero. Demasiado vago. Demasiado solitario. Demasiado impaciente. Demasiado hablador.
Un hijo demasiado».
Llevo unos días, acabé el libro el martes, pensando como hacer esta reseña. Normalmente los libros reposan un día pero al terminarlos tengo claro lo que quiero decir con ellos. Con «No habrá más enemigo» no me ha pasado eso. No tengo claro lo que quiero decirles del libro. Si tuviese que explicarles en dos líneas de que va el libro, no podría, porque en su interior se agolpan demasiadas cosas. Padres e hijos. Creo que nos habla sobre todo de cómo los padres influimos en los hijos. Pero también de sexo, de obsesiones, de locura, de huidas, de salidas, de entradas. Es una novela demasiado. Demasiado intensa. Demasiado sentimental. Demasiado farolera. Demasiado loca. Demasiado tierna. Y es en ese demasiado, sin medida, en el que te atrapa. Te lleva. Juega contigo. Te habla de póker. De adicciones. De sexo obsesivo. De amor enfermizo. De historias increíbles. De anillos. De Lenín y León. De Alejandra. De Lola. De convencionalismos. De querer algo que en realidad no quieres. De juventud. De viajes. De Dorothy en el País de Oz. De un camino de baldosas amarillas que no quieres pisar. Y entonces, lo miras. Lo ves. Y piensas en tu propio camino de baldosas amarillas, tan gastado, tan soso, tan sucio que casi no es amarillo. Pero Sergio del Molino lo ha recorrido en tres tandas. Con la historia de Lenín, delirante, enganchado a un amor destructivo. De la mano de Lola le ha llevado a la locura. Un Lenín que tiene un padre que no le habla. Historia de una obsesión, por Lola y por su padre. De la mano de León, un tío tan normal que sorprende en su final. Un hombre que ama a Alejandra. Y por ese amor realiza la locura de su vida. Y finalmente de la mano de ella, Alejandra, la que huye. Siempre huyendo y sin poder escaparse de sí misma. Mi personaje. Porque siempre hay uno con el que empatizas más, y el mío ha sido ella, la tremenda huída, sin saber bien de que huir. Quizá huyendo de si misma sin poder sacar los pies de tus propios zapatos. Y con ella he pensado en mis huidas y mis regresos. En el ansia a los veinte de irme de casa, del pueblo y el regreso después siguiendo mi propio camino de baldosas amarillas. Un poco como Alejadra. Me ha gustado seguirla en su huida aunque no haya terminado de entender el final. Cosa que tampoco me importa demasiado. Me gustan los finales abiertos, las discusiones con otros, el poder hablar sobre lo que interpretamos al leer, que no me lo cuenten todo.
Y al final el bonus track, la historia del escritor sin máscara. Ternura saliendo entre las letras y el desasosiego que te produce el saber que el autor perdió un hijo de dos años justo antes de publicar la novela. El homenaje póstumo. La vida injusta sin máscara golpeando la sien.
Brisne
Colaboradora de Canal Literatura en la sección “Brisne Entre Libros“
Blog de la autora