Acabo de volver del cine, he ido a ver Ocho apellidos vascos, y como otros tantos miles de españoles me he «hartao de reír» ¿y qué? La película no es nada del otro mundo, sino de este, del español. Cine español de toda la vida, de aquel que en los sesenta y setenta del siglo pasado decíamos que íbamos a ver porque no había otra cosa y echábamos la culpa al régimen. Pues ya ven que no era así, íbamos a verlo porque era lo nuestro, lo que nos identificaba ante el resto del mundo. No diré yo que es la mejor película que he visto en mi vida, pero sí diré que es una de esas tantas cosas buenas que los españoles hacemos cuando nos quitamos la careta. Una película que podía haber protagonizado Alfredo Landa, José Sacristan, Concha Velasco, Toni Leblanc, Manolo Escobar o cualquier otro de la época. Cine que los españoles condenamos al fracaso con nuestro descalificativo más doloroso: «Una españolada». Pues sí, una españolada que ha superado en caja a Torrente, otra españolada por cierto, y a muchas americanadas. Con un presupuesto muy ajustado, pero con un dispendio de genialidad, y es que eso es lo que somos los españoles cuando nos quitamos los complejos, geniales.
Muchas gracias, D. Emilio Martínez Lázaro, por su acierto. Me ha reconciliado usted con el cine español.
Antonio Marchal-Sabater