Por qué me gusta traducir… Por Amelia Pérez de Villar

Refranes

 

Tras numerosas reflexiones, y algunos escritos al hilo de estas que he ido publicando en diversas entradas de este blog o que he vertido en artículos, conferencias y entrevistas, he llegado a la conclusión de que –aparte de las razones obvias y las nunca bien ponderadas– me gusta tanto este trabajo porque en él se cumplen escrupulosamente muchos sabios refranes castellanos. Mi favorito es “Arrieros somos, y en el camino nos encontraremos”, porque es una tarea que se desarrolla en un mundo endogámico, con lo bueno y lo malo que eso conlleva: por lo pronto, es necesario cuidar las relaciones que se establecen y no obrar mal premeditadamente, o tratar de no hacerlo, de no perjudicar ni a colegas ni a colaboradores con los que tendrás que seguir conviviendo. “A todo cerdo le llega su San Martín” (en versión fina de la madre de una amiga, “a toda langosta le llega su Thermidor”) creo que no necesita comentario. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen” la aplico a esas obras que todos los editores quieren en su catálogo y todos los traductores queremos traducir: cierto que a veces no se cumple, y un libro supuestamente esperado y maravilloso pasa sin pena ni gloria entre el público y la crítica, pero otras está claro quién es el ganador. Things happen. “A lo más oscuro, amanece Dios”: que levante el dedo –o que tire la primera piedra– aquel que nunca lo haya sufrido; esas semanas interminables en las que nadie en el mundo te hace un encargo… “Sarna con gusto no pica”, aplicable a las tardes de Navidad o los días de vacaciones en que tú (y eres –o no– el único del mundo) estás traduciendo, mucho más feliz de lo que te sientes limpiando un lunes cualquiera por la mañana. “Al pan, pan y al vino, vino”: atrévete a llamar otra cosa a lo que pone en el original. “Agua que no has de beber, déjala correr”… ¡aplicable a tantas cosas! Relaciones profesionales, textos infames, decepciones varias, críticas adversas… Un refrán muy socorrido en momentos de autoestima baja. “Al que buen árbol se arrima, buena sombra le cobija” es un precepto que ha de estar presente en nuestra vida civil, no sólo de traductores: en la medida de lo posible, es preciso rodearse de buenos agentes (colegas, colaboradores y proveedores) y evitar la cutrez, el chapucerismo, y el mal hacer en general, empezando por uno mismo. “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”; si lo haces, ya sabes lo que te espera: mañana, doble ración, y en peores condiciones. O un nuevo encargo que no podrás asumir. “Al que madruga, Dios le ayuda”: a partir de cierta hora los sonidos del mundo son insoportables… pero claro, esto bien puede ser a gusto del consumidor, y entenderse que al que trasnocha con fines productivos también le puede ayudar el Cosmos o quien sea. “Al que Dios se la da, San Pedro se la bendiga”. Hete… ¿nunca os han dado un encargo acompañándolo de la famosa coletilla “es que como esto siempre lo haces tú…” y habéis tenido que fingir un desmayo o una súbita huida del país? Especializarse es bueno para el agente (el que encarga el trabajo), el cliente (en traducción comercial) y el traductor: mayor rapidez, calidad y coherencia; pero encasillarse es aburrido y no se crece profesionalmente. Vosotros mismos. “Nunca digas de este agua no beberé” (“ni este cura no es mi padre”, añade el mío). Sí, todos lo hemos dicho y hemos vuelto luego a las andadas. Porque no hay otra cosa, porque no te puedes cerrar ninguna puerta, porque en el fondo te va la marcha. “Si de esta salgo y no muero, no quiero más bodas al cielo”: también, también lo hemos dicho y luego hemos vuelto a las andadas. No olviden que a veces, a veces, conviene cortar la cadena de despropósitos. Pero entonces, ay, llega lo de “Haz ciento y no hagas una, y será como si no hubieras hecho ninguna”. En fin, ya hemos dicho otras veces que traducir es un deporte de riesgo: si una vez rechazas lo que llevas tiempo aceptando, la otra parte contratante se puede ofender, enfadar, etc. Hay que ser prudente, aunque sin olvidar que quien nos da trabajo suele ser un ente humano, a la postre, con los mismos problemas que nosotros, y debemos atribuirle cierta capacidad de comprensión y empatía. Si pensamos que trabajamos con monstruos, acabamos trabajando con monstruos. “Más vale una vez la cara colorada que ciento descolorida”: obviamente, ni todas las tarifas son aceptables siempre y en todo lugar, ni se pueden pedir esfuerzos desmedidos cada vez que se encarga un trabajo. A veces hay que decir “no”, “así no”, o “ahora no puedo”. Lo bueno siempre es el equilibrio. Con todo ello, como la traducción no es una ciencia exacta, algunas veces los traductores “andamos como puta (perdonen las señoras) por rastrojo” (su versión finolis no es mía, pero desconozco su fuente y no puedo citarla: “como geisha por arrozal”) debido a motivos diversos que padece cualquier trabajador (familia, vacaciones escolares, enfermedades, casa, compra y comida, gestiones varias, reformas, etc.) y especialmente los que trabajan por cuenta propia, agravándose la situación en los que lo hacen en su domicilio. O porque se te juntan dos libros en la misma dimensión temporal, caso en el que tenemos que decir siempre que “Por mucho pan, nunca es mal año”.

Amelia Pérez de Villar

Blog de la autora

2 comentarios:

  1. En resumidas cuentas: porque te va la marcha y, por otro lado, no puedes consentir que un texto salga de cualquier manera; porque te gusta el trabajo bien hecho y porque estás de acuerdo con aquel otro refrán de «nunca te acostarás sin saber una cosa más».
    Mil besos.

  2. Vaya repaso de refranes que nos has dado. Seguro que trabajas duro porque no quieres que digan «que unos hacen la fama, y otros cardan la lana»; tampoco te gusta eso de «cría fama y échate a dormir»; también eres muy consciente de que por mucho prestigio que se consiga hay que estar trabajándolo sin cesar porque, como decía mi abuela, «torres más altas han caído».

    Un beso.

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