Pues sí, es guapo. Nadie puede negar el atractivo de sus enormes y transparentes ojos azulgrisáceos con una pequeña lágrima negra tatuada bajo su ojo izquierdo, la seductora boca de labios carnosos y gruesos que armonizan a la perfección con un rostro mestizo anguloso y varonil de macho alfa. Es guapo; según algunas, bueno, muchas, que ya se han pronunciado en las redes sociales, es guapíiiiisimo. Desconozco si habrá otras que, como yo, consideren que esa belleza está llena de frialdad y que lo que emite, más que morbo o perfección, es una sensación escalofriante. Me estoy refiriendo a Jeremy Meeks, de treinta años, detenido por la policía de California y que, desde el momento de su detención, se ha convertido en el “preso más guapo del mundo”.
Al Departamento de Policía de Stockton (California) se le ocurrió publicar en su Facebook la ficha de quien consideraban muy peligroso esperando la felicitación pública general, pero lo único que consiguieron fueron piropos para el detenido. Increíblemente, cientos de mujeres se ofrecieron para compartir celda con él y, aunque esto pueda parecernos un comentario tan jocoso como decir que está para hacerle un favor y darle las gracias, la cosa no es para tomarla a broma porque, en los años setenta, un guapísimo estadounidense llamado Ted Bundy, gracias a esa guapura, sedujo y asesinó a treinta y seis mujeres después de violarlas. ¿Es o no es preocupante que una cara bonita tenga semejante poder sobre el raciocinio?
Hay diversos estudios que tratan sobre la importancia de la belleza o de la fealdad a la hora de recibir premios y castigos y todos coinciden, finalmente, en afirmar que se castiga menos a los niños guapos, y que se ponen condenas más duras a los presos feos.
Este “guapo” preso no solo ha revolucionado las redes sociales, y a un sinfín de mujeres que han unido fuerzas y economías para intentar pagar la fianza; también algunas agencias de modelos han comenzado a realizar montajes con su rostro y a ofrecerle posibles contratos para desfilar en las pasarelas que le harían embolsarse más de veintidós mil euros al mes.
A ver… ¿Estamos locos…? Pues un poco sí.
Es cierto que el lugar de nacimiento y las condiciones que nos han tocado vivir nos condicionan hasta el punto de poder devenir nuestras vidas en una eminencia para el bien ajeno o en un peligroso delincuente. Me ocurre, muchas veces que veo alguna niña cuyas condiciones de vida no son precisamente favorables y, en lo profundo de mi corazón, lamento que esa inteligencia o esa belleza no puedan llevarla al lugar que le proporcione mejor vida. Y entiendo y me alegro de que, si en un momento determinado eso les puede cambiar la vida… pues que sea bienvenido. Pero también comprendo que, si la vida los ha llevado por otros derroteros en donde la delincuencia preside sus acciones, la belleza no puede constituir un pasaporte de fuga.
El guaperas de Jeremy Meeks dice no entender todo el revuelo que ha ocasionado su foto. ¿Quién, con un poco de sensatez, puede entenderlo?… Yo antes pensaba que, para que la química del amor funcionara, deberíamos estar cerca de la persona en cuestión, pero, después de ver cómo me ha funcionado a mí con según qué personajes televisivos, entiendo lo que dicen algunos científicos cuando aseguran que el amor no es más que una serie de alteraciones en la química de nuestro organismo, es decir, feromonas, endorfinas, bilirrubina, etc. campando a sus anchas y en pleno desorden por nuestra azotea que, según los expertos, es quien organiza el tráfico, y no el corazón, porque, ya se sabe, con los líos del colesterol, ha quedado reducido a la condición de un órgano más.
El problema está en que no hay forma “racional” de domeñar a estas fieras que, cual caballo de Troya, todos llevamos dentro.
Por tanto, si el amor es un desvarío que surge de pronto, una atracción involuntaria hacia una persona, un impulso que nos lleva a enamorarnos de una y no de otra y a buscar de forma desesperada el reconocimiento, la reciprocidad, cosa que no siempre se consigue y que lleva al enamorado a la desesperación, al suicidio o, en el mejor de los casos, a sublimar ese amor o a escribir las más hermosas obras de la literatura en todos los tiempo, tenemos que terminar claudicando que el enemigo no viene de fuera, sino que está dentro de nosotros mismos y que ese caballo de Troya en cualquier momento puede abrirse, atacarnos y dejar pruebas de su victoria haciendo que, como una de esas enamoradas de Jeremy, escribamos: “Si tu corazón es una cárcel, quiero que me sentencien de por vida”. Y todo… por la cara.
Ana María Tomás
Blog de la autora
Jurado permanente del certamen de narrativa breve desde el año 2006