Yo siempre fui de Inglaterra. Quiero decir, en el derby histórico Inglaterra-Francia, siempre estuve del lado de Inglaterra. Y no fue una elección consciente ni racional, ni dictada por el conocimiento. Eso, menos que nada. Pero a mí, instintivamente, me gustó siempre más lo inglés que lo francés, el inglés que el francés, los ingleses que los franceses. Por eso con seis años apenas cumplidos pedí a mi padre que me apuntara a clases extraescolares de inglés. Él, sin embargo, llevado por un impulso igual de absurdo e irracional que el mío, decidió que el francés, lo francés, era más chic, y eligió por mí el idioma. Así remachó el penúltimo clavo de un ataúd que hasta entonces no era más que un fantasma infantil.
Pero estudié inglés en cuanto pude. Lo aprendí, lo leí, me empapé del inglés y de lo inglés y la preferencia clara e instintiva me dura hasta el día de hoy, incluso después de haber aprendido y leído francés (sin empaparme) y haber estudiado y profundizado en su cultura algo más que en aquel primer acercamiento, ya tan lejano. Si hoy tuviera que elegir ser ciudadano de algún país del mundo elegiría probablemente Francia, porque me parece el pueblo más centrado, inteligente y equitativo del mundo (al menos, del mundo que conozco, que no es todo) y también el más práctico. Pero si pudiera permitirme el lujo de vivir donde me diera la gana seguiría optando, sin duda alguna, por Londres. La cabra tira al monte, y Shakespeare es mi dios.
Con este trasfondo he de admitir que mi inmersión en la literatura francesa ha sido marginal y tardía. Claro que, si me pongo a pensar, veo que antes de los veinticinco años había leído El rojo y el negro, Madame Bovary, las Memorias de Adriano, Buenos días, tristeza, El amante, y alguna otra más que ahora no recuerdo. Stendhal, Flaubert, Yourcenar, Duras, Sagan… De Zola y Proust, sin embargo, ni rastro. Me daban miedo. Estaban a un nivel de francesidad que yo nunca podría alcanzar. También estaba, en el otro extremo de la cuerda, esa vergüencita de andar por casa al admitir, incluso ante mí misma, que no había leído En busca del tiempo perdido.
Me gusta el título que le dio Salinas tantos años ha. Me gusta la traducción de Salinas, tan criticado por ser laísta (y no soy la única, parece: Rafael Conte nos da aquí sus argumentos). Es la que estoy leyendo. Confesaré, como si fuera una alcohólica anónima, que me llamo Amelia y estoy leyendo A la sombra de las muchachas en flor, segundo volumen de En busca del tiempo perdido, en traducción de Pedro Salinas.
No confesaré, no obstante, mi edad: me propuse hace un año, cuando me regalaron toda la obra, tenerla leída antes de cumplir X años. No lo he conseguido. Sigo leyendo despacio, pero me da igual. Proust no es para leerlo en el metro, ni en el ambulatorio. Es para leerlo durante un fin de semana largo, durante las vacaciones. Yo lo tengo complicado. Pero también me da igual. No tengo ni idea de cuántas páginas se habrán escrito sobre Proust, cuántos artículos, cuántos ensayos, cuántas tesis. Yo me acerqué a él plenamente virgen: en Proust, en literatura francesa, en su simbología, en su universo, en su biografía… Poco sabía —poco más sé ahora— del autor cuando empecé a leerlo. Me apresuré a buscar el párrafo de la magdalena y me sorprendió encontrarlo tan pronto. Pensé maliciosamente que todos los que hablan de él probablemente no hayan leído mucho más de este autor que esas primeras setenta páginas, el capítulo uno de la primera parte del libro primero de En busca del tiempo perdido. Yo no haré tesis, ni crítica, ni valoración. Para eso están los entendidos, los estudiosos, los eruditos y los expertos. Para mí Proust es, ahora que he leído un volumen suyo, La Literatura. Con eso me basta. Y, si bien se me hicieron un poco duras de roer las cuitas de Swann y su enamoramiento de la banal Odette, disfruté tanto leyendo y releyendo la mayoría de los párrafos que eso, por sí solo, justifica todo lo demás: el tiempo que no encontramos para leer seguido, la dificultad, los laísmos de Salinas… Que un hombre sea capaz de plasmar con tanta nitidez y tanta poesía (poesía de verdad, con un lenguaje escogido pero no elevado) sus recuerdos infantiles, transmitir los detalles de las casas, de la comida, de la luz, de las emociones, del campo, del clima… es literatura en estado puro. Y una enseñanza impagable para todo el que ama leer o desea escribir. Y la versión de Salinas me enamora porque utiliza palabras y modos de expresarse que me han acompañado a mí también durante los primeros años de mi vida.
Sobre la controversia del título dejo un enlace a un artículo de Flor Grajera de León donde opinan quienes saben. Yo, con mis conocimientos moderados de francés, no puedo defender uno u otro porque sólo conozco el aspecto externo de las palabras, y no sé lo que tienen dentro. Pero esa parte donde Proust explica la diferencia entre ir de paseo por el camino que lleva a la casa de Swann o por la otra ruta es tan grande que constituye una obra literaria en sí misma: hay tantas cosas ahí, tanta expectación, tanta emoción, tantas implicaciones prácticas, tantas variaciones sobre las relaciones humanas, que esas páginas solas podían perfectamente llamarse Por el camino de Swann y publicarse tal cual.
Me gustaría mucho leer después la versión anotada de Mauro Armiño, publicada por la editorial Valdemar. Como traductora, me apasiona la multiplicidad de puntos de vista en este sentido. Como lega en la materia, me convendría aprender más del «universo Proust». Si se me concede la misma longevidad que a mis abuelos probablemente lo consiga. Pero me preocupa poco, eso es lo cierto. Hay un antes y un después en mi vida de lectora, y lo determina mi incursión en Proust. Probablemente, si lo hubiera leído antes, habría seguido escribiendo. Pero tampoco eso me quita el sueño. Me queda la tranquilidad de que, si algún día vuelvo a la carga, lo haré con más herramientas de las que antes tenía, y con un punto de vista más amplio y ambicioso. Y para aplacar mi vergüencita particular, aunque eso no me conduzca a ningún sitio, ahora estoy entre «los que han leído a Proust», aunque nunca entre en el selecto círculo de los expertos. La verdad: me apunto a leer y disfrutar los siete tomos de Proust eternamente como principiante. Sin dudarlo.
Amelia Pérez de Villar
Estimada Amelia, tengo que reconocer que yo no conozco a Proust ni de lejos, pero tu presentación del famoso escritor francés me ha subyugado. Desde hoy te clasificaré , entre todas mis amistades, como la mujer que me presntó a Proust.
Un abrazo.
Fíjate: en ese derbi, yo siempre canté «La Marsellesa». Pero no nos vamos a pelear por eso. Sobre todo si nos manifestamos eternas lectoras principiantes de Proust, de La Literatura.
Miles de besos.
Yo que aún voy a nivel de párvulos he leído poquísimo de Proust, aunque las referencias son tan ineludibles que me planteo ya mi primera cita.
Amelia, pues que quieres que te diga … Que escribir, escribes, porque derrochar gracia, cultura, corrección y estilazo no son poca cosa.
Y que con tu artículo dan muchas ganas no solo de leer a Proust, sino de dejar de ser una parvulita.
Un abrazo enorme.
Amelia. interesante lo que escribís de Prouts…Por mi parte quiero decirte que hace días me atreví a comenzar a leer el primer tomo en francés y contrario a las opiniones puedo disfrutarlo y leerlo. Me pasa algo muy especial en su lectura: en estos días siento que quiero volver a mi casa rápido para poder leerlo tranquilo en el sillón de la biblioteca…la misma sensación cuando tuve hijos y quería llegar rápido para poder estar con ellos…jajajaja. saludos