Qué tristeza: ha fallecido la escritora de cuentos Ana María Matute. He tenido ocasión de releer su discurso de aceptación del Premio Cervantes, que se le concedió en 2010. Aquí tres fragmentos de gran profundidad y hermosura:
«Así que esta anciana que no sabe escribir discursos sólo desea hacerles partícipes de su emoción, de su alegría y de su felicidad -¿por qué tenemos tanto miedo de esa palabra?- a todos cuantos han hecho posible este sueño, sueño que me acompaña desde la infancia. Desde aquel día en que oí por vez primera la mágica frase: «Érase una vez…» y conmovió toda mi pequeña vida. Érase una vez un hombre bueno, solitario, triste y soñador: creía en el honor y la valentía, e inventaba la vida. San Juan dijo: «el que no ama está muerto» y yo me atrevo a decir: «el que no inventa, no vive».
«Y llega a mi memoria algo que me contó hace años Isabel Blancafort, hija del compositor catalán Jordi Blancafort. Una de ellas, cuando eran niñas, le confesó a su hermanita: «La música de papá, no te la creas: se la inventa». Con alivio, he comprobado que toda la música del mundo, la audible y la interna -esa que llevamos dentro, como un secreto- nos la inventamos. Igual que aquel soñador convertía en gigantes las aspas de un molino, igual que convertía en la delicada Dulcinea a una cerril Aldonza. Inventó sensibilidad, inteligencia y acaso bondad -el don más raro de este mundo- en una criatura carente de todos esos atributos (¿Y quién no ha convertido alguna vez a un Aldonzo o Aldonza de mucho cuidado en Dulcineo o Dulcinea…?).
(…)
«Pero por fin en España se empieza a reconocer en el cuento, en el relato corto, el valor y la importancia que merece. Sobre la famosa crueldad de los cuentos de hadas -que, por cierto, no fueron escritos para niños, sino que obedecen a una tradición oral, afortunadamente recogida por los hermanos Grimm, Perrault y Andersen, y en España, donde tanta falta hacía, por el gran Antonio Almodóvar, llamado «el tercer hermano Grimm»-, me estremece pensar y saber que se mutilan, bajo pretextos inanes de corrección política más o menos oportunos, y que unas manos depredadoras, imaginando tal vez que ser niño significa ser idiota, convierten verdaderas joyas literarias en relatos no sólo mortalmente aburridos, sino, además, necios. ¿Y aún nos preguntamos por qué los niños leen poco? Yo recuerdo aquellos días en Sitges, hace años, cuando algunas tardes de otoño venía a mi casa un tropel de niños y, junto al fuego -como está mandado-, oían embelesados repetir por enésima vez las palabras mágicas: «Érase una vez …» y habían dejado la televisión para escucharlas.
(…)
«Entonces parecía llenarse de magia la habitación a oscuras de los niños. Niños asombrados –como cuando, en cierta ocasión, vi surgir, al partir un terrón de azúcar en la oscuridad, una chispita azul-, algo que me reveló que yo sería escritora, o que ya lo era. Con ello sólo quiero decir que aquella lucecita azul, aquel virus, no me abandonó nunca. Cuando Alicia, por fin, atravesó el cristal del espejo y se encontró no sólo con su mundo de maravillas, sino consigo misma, no tuvo necesidad de consultar ningún folleto explicativo. Se lo inventó, como la música de papá. Ahora, tras estas deshilvanadas palabras, ojalá haya logrado trasmitirles algo de mi alegría, mi gratitud por la distinción que aquí me trae. Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que trasmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he inventado».
Antonio V. Frey Sánchez
Discurso completo en ABC.es
Lo de que no sabía escribir discursos era pura modestia. Un buen ejemplo de sus palabras, su sencillez y su humanidad.
Un abrazo.