Deseábamos irnos cuanto antes de Crespol, y no hacíamos planes de futuro: mencionábamos de paso algunas amistades que al otro le guaría conocer, o alguna lectura más que compartir. Ignorábamos cuál sería nuestro próximo destino, y no se nos ocultaban las dificultades para volver a encontrarnos.
He viajado de nuevo al Crespol, con el deseo de reencontrarme con los paisajes y la historia que habita entre las montañas, los maquis y la dura posguerra. Y esos son los paisajes que me he encontrado, pero también otros. Los últimos relatos de «Tampoco esta vez dirían nada» me he encontrado con la actualidad, con el ahora con rumanos que pueblan escuelas, con gentes que quieren salir del pueblo, con una juventud vivida de otro modo, tan diferente a como se vive en las ciudades.
Giménez Corbatón me gusta mucho. Creo que se nota en todo lo que he hablado sobre él. Me gusta su forma de escribir, tan aragonesa, que me vuelve al pasado, a mi pasado. «Tampoco esta vez dirían nada» tiene un tono similar al Fragor del Agua, de momento mi libro preferido de los de Giménez Corbatón. Y eso no quiere decir que los catorce relatos que llenan el volumen sean malos, al contrario, son muy buenos. Tiene algunos fantásticos como «Segundas Nupcias», «El ardacho» o «Tampoco esta vez dirían nada».
He vuelto a ver las viejas con sus vestidos a topos, he vuelto a ver el río en verano en que solo nos bañábamos los niños, he vuelto a ver los perales con la fruta madura, he vuelto a mis veranos, a las montañas y he imaginado la sierra de Teruel, recordando mis viajes cercanos a la playa. Esa sierra tan cerca de Valencia o de Castellón, esos pinares inmensos y esas carreteras sinuosas que te hacen vomitar.
Al leer intentaba entender esa vida que me queda lejana. Vida de maquis y de miedo. Vida de callarse y no meterse en política, una vida tan cercana y lejana a la vez que asusta. Y me he planteado qué habría hecho yo en semejantes circunstancias, me he imaginado con las medias oscuras y las zapatillas de pana confesándome con mosén Cleto. He imaginado el duro trabajo, el olor de las ovejas, el sabor de la leche de vaca, las patatas asadas salidas de la hoguera que queman los dedos mientras las comes. No me ha costado imaginar lo que conozco, los recuerdos que nacen de mis vivencias, de mi pasado. Me ha costado más imaginar lo duro del trabajo que no he conocido. Por qué yo he sido de las de siempre leyendo que apenas he rascado la tierra. No me ha gustado nunca el trabajo del campo, no me ha gustado sacar las patatas de la tierra, ni coger las judías ni nada, a mi me gustaba leer… siempre con un libro en la mano.
Tampoco esta vez dirían nada me ha llevado a Cantalar- El Crespol, ámbito recuperado, turolense, de sierra, de pueblo. ¿Quieren ustedes recordar? Cojan el libro, subrayen, profanen, degusten y diviértanse mucho leyéndolo. Yo lo he hecho.
Brisne
Colaboradora de Canal Literatura en la sección «Brisne Entre Libros«
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