Veintidós cuentos picantes. Por Rubén Castillo

Llega un momento (al menos a mí me ocurre) en que de ciertos escritores nos interesan, aparte del núcleo, las periferias. Así, después de haber devorado los cuentos y las novelas de Julio Cortázar, nos abalanzamos sobre su poesía y sus misceláneas; después de conocer la prosa de Camilo José Cela nos acercamos con curiosidad a su poesía; después de paladear los versos del insigne oriolano Miguel Hernández abrimos con estupor sus autos sacramentales; etcétera. Yo recuerdo que, en mi infancia, disponía de un tomo de fábulas donde se incluían La zorra y las uvas o La cigarra y la hormiga (esta última utilizada también con tintes humorísticos y sociales en la película Los lunes al sol). De tal forma que el nombre de Félix María de Samaniego me acompaña desde hace cuatro décadas. Ahora, con gran regocijo, he podido leer sus composiciones eróticas (que las hizo, y muy salaces) de la mano de la editorial Pepitas de calabaza. El responsable de la edición es Alfonso Martínez Galilea y se incluyen ilustraciones magníficas de Javier Jubera García. Y así, el fino moralista Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala, noble por cuna, adquiere a mis ojos una nueva dimensión, mucho más graciosa, desenfadada, procaz y libertina que aquellas rancias enseñanzas moralizantes que tanto gustaron a la sociedad de cuando entonces (permítaseme adoptar la fórmula del uruguayo Juan Carlos Onetti).
Sorprende, además, que muchas de las historias estén protagonizadas por integrantes del mundo de la religión (monjas, frailes). Así, en “El reconocimiento” descubriremos la hilarante exploración que acomete una abadesa entre las féminas de su convento al saber que todas están preñadas y que, por tanto, un varón se encuentre disfrazado entre ellas; o veremos en “El voto de los Benitos” cómo una amplia comunidad benedictina alivia sus pruritos genitales gracias a la labores higiénicas de una lavandera; o nos reiremos a carcajadas imaginando al pueblerino que hace el papel de Jesús crucificado en una representación teatral bíblica y que, para su desgracia, vislumbra desde lo alto las turgencias exuberantes de María Magdalena y alza indebidamente el taparrabos que lo cubre…
Pero que nadie piense que nos hallamos ante un volumen anticlerical, pues no es así. Otras historias se mueven por derroteros absolutamente laicos (y no menos rijosos): estoy pensando en esa fábula número 6 donde una joven que está manteniendo relaciones sexuales con un apuesto amante recibe de su tía (cegata y creyendo que los enérgicos suspiros que emite su sobrina son de enfermedad) una lavativa. Esta doble penetración depara a la muchacha desiguales niveles de gozo interno. Y pienso también en la fábula número 11, donde se nos muestra la disputa judicial entablada entre una mujer y un hombre por el pago incompleto de unos servicios sexuales. El varón alega que no pudo meter todos sus trastos en el cuarto que ella le alquiló; la dama le replica, desafiante, que tenía otro cuarto, más estrecho y oscuro, también disponible para él.
En estas fábulas llenas de aciertos expresivos y situaciones desternillantes, el alavés Félix María de Samaniego nos muestra cómo el erotismo se presta también a la composición de poemas pizpiretos e incluso sonrojantes que, leídos con el ánimo liberado de prejuicios, nos hacen sonreír, reír o incluso excitarnos. Un libro fantástico que ningún lector inteligente se debería perder.

Rubén Castillo

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