¡Bebed, cuervos!
Nuestras vidas se componen de etapas, y cada una de ellas simboliza la capacidad que tenemos para la transformación de llegar a ser otro, igual que si tuviéramos una suerte de nacer varias veces a lo largo de nuestra existencia. En este sentido, Virtudes Reza, en su último poemario editado por Huerga y Fierro, titulado ¡Bebed, cuervos!, nos propone un doble juego: el del yo contra el otro, y el del yo contra el resto –un resto compuesto por la sociedad y su barbarie, pues en ella nada más que impera la nada más absoluta–. Y de esa doble negación nace la imposibilidad del ser que la voz poética nos transmite en forma de viaje que ella misma recorre desde un estado inicial hasta el de su transposición en algo contrario, distinto y, sobre todo, nuevo. En esa esperanza que comienza como negación, la palabra nada se convierte en un leitmotiv sensitivo y poético en forma de universo aciago y vacío –«Desesperación en el vacío,/ oasis negro/ de la Nada.» «nada en el silencio,/ el silencio en todo… nadie en la nada,/ la nada en todo.»–; pero, a su vez, es una forma de confrontar la oscuridad a la luz que todavía no se busca pero sí se anhela, porque, de la misma forma que se declina la negación del yo, no se acepta la realidad sin más. De ahí que el segundo de los cinco bloques de los que se compone este poemario se llame Ira; una etapa donde la voz poética aún busca al otro aunque no lo nombre, pero en la que ya aparece la esperanza de abandonar la soledad y la rabia que le produce la contemplación del mundo: «No sé seguir,/ la verdad desapareció/ antes de llegar al puente.» Imágenes que se yuxtaponen y nos transmiten la esencia de unos sentidos que ansían denodadamente una salida; una salida al hastío, al hartazgo, a la sinrazón…, de un mundo y una vida tatuada por los malos recuerdos; recuerdos dibujados con tonos oscuros.
En esta historia de transformaciones psíquicas y sentimentales, la figura del cuervo –tan tratada en el mundo de la literatura– aparece aquí como creadora de nuevas ideas, pues la voz poética, aparte de su carácter aéreo y demiúrgico, le proporciona otro adivinatorio y especulativo de las nuevas formas de esa otra vida a la que se llega al final del camino. Vida invertida e inesperada, pues siempre la realidad se vuelca sobre nosotros de un modo tan irregular como abrupto, para dejarnos colgados de un hilo que al mínimo movimiento en su contra se puede romper. Asimismo, este ¡Bebed, cuervos! posee otras muchas cualidades cacofónicas, poéticas y visuales, porque en él Virtudes Reza se erige como una delatora de las sinuosidades imperfectas del mundo que nos gobierna y dirige, y lo hace a través de la fuerza de su voz poética, capaz de alejarnos de ese terreno del que siempre quisimos huir. La negación del pasado, la huida de la propia inocencia, la reivindicación de la vacuidad de una sociedad que día a día se hunde en su propia podredumbre, nos llevan, de la mano de su autora, a un nuevo y oscuro destino en el que poder cambiar no sólo la percepción de nuestro propio yo, sino también la del horizonte que observamos en nuestro día a día. No obstante, dentro de esta certeza poética que Virtudes Reza nos proporciona al mostrarnos lo más hondo de la oscuridad de la derrota, aún subyace la búsqueda del amor; un amor fomentado en el recuerdo y la desesperanza hacia una persona amada que no se nombra; un amor que, con el devenir de los poemas, se convierte en un amor roto e infectado por la ira, y del que el yo poético se desprende junto a los límites de las plumas negras de unos cuervos que representan el viaje hacia el destierro del yo; un destierro negro, oscuro, de invierno y bajo las coordenadas del túnel que nos traslada al infierno: «Y me siguen las sombras/ que me piden la mía,/ entre aullidos del viento./ Decidme:/ ¿por qué acepto la llamada del Cuervo?».
Este poemario que representa como pocos el significado que en sí mismos atesoran tanto el arte libre como la provocación y el mandato –lo que muy bien nos apunta en un excelente prólogo Ramón Alcaraz García– nos lleva a poder expresar que la faceta creativa de su autora, Virtudes Reza, no se queda sólo en su vertiente poética, sino que se desvincula de la palabra para acercarse a la ilustración mediante unos dibujos de cuervos nada desdeñables ni en su factura ni en su simbolismo; unas ilustraciones huecas que juegan con la silueta del cuervo para conformar otras figuras, o dobles como reflejos de un amor que ya no es tal, o reflejadas con sus contornos definidos y sólidos pero ya invertidos del otro, o múltiples como múltiple es el eco del dolor, o confrontadas igual que si fueran los contingentes de una guerra interior —la del corazón—, o invertidas cuando representan la capacidad del yo para convertirse en el otro, lo que nos demuestra las múltiples facetas de este simbólico ser alado que va más allá del malditismo al que Ramón Alcaraz, de una forma muy inteligente, nos hace referencia de la mano de Baudelaire y Verlaine. Esa imposibilidad del ser alcanza el mundo de la figuración de una forma valiente y atrevida a través de unas magníficas ilustraciones que, sin duda, enriquecen este poemario, ¡Bebed, cuervos!, que, como una pócima mágica, se diluye dentro de nuestro ser hasta hacernos sentir la imposibilidad del ser.
Ángel Silvelo Gabriel