A veces,
cuando
paseamos
y me apresas por
detrás,
con la caricia
experta que se
ha aprendido
-de memoria-
el camino
de mis vértebras,
aprieto los
ojos con
fuerza
para
no perder la
belleza del
gesto:
tu mano
sobre
mí.
A veces,
después de
tantos años,
también
me cuesta.
Pero hoy,
cuando me has
apartado a
un lado de la
carretera
porque venía
un coche y
tus dedos
(de paso)
me han navegado
dentro del
sujetador,
me ha
corroído
el placer.
Y me ha
gustado
imaginar
todos los
aullidos
que me quedan
por gozar
contigo.
Así,
–repitiéndome–
la vida
es mucho
más fácil:
tu
mano
sobre
mí.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora