Cada vez que un hombre
me abandona
me vuelvo más hermosa.
Más hermosa…
Y que tú no sospeches mi presencia,
y te sientas a salvo
en esa fortaleza sin deseos
donde el plomo te ajusta los zapatos;
que ni tengas siquiera una caricia
bajo la piel cubierta de armaduras
que te oprime los dedos;
que la seguridad te vuelva manso
y el tiempo te envenene de nostalgia.
Yo desde los escombros de tu pérdida
sembraré nuevos mundos más propicios,
en los que Ulises nunca pierda el norte.
¡Adiós a los telares!
Yo ya pagué por tantas odiseas,
me supe desnudar como una diosa
y amar al más mortal de los cobardes.
Mi castigo es el peso de mi llanto,
y que la pena no me vuelve bella.
Mari Cruz Agüera