El día ha sido duro -como todos-,
te has tomado las cosas muy a pecho:
sacaste tu carácter más oscuro
en la -siempre tan lenta- caja rápida,
debatiste los precios del pescado
y la falta de fe de los banqueros,
y no solucionaste ni un conflicto.
Por fin llegas gastada hasta la cama,
a reposar el tiempo que te pesa
y olvidar por un rato los momentos
que has usado con nada que te importe.
Recolocas un poco la almohada,
das tres o cuatro vueltas de rigor
buscando esa postura que te lleve
al recuerdo del vientre de tu madre,
y tratas de borrar incluso el modo
en que el dolor se ajusta a cada hueso.
Y así, marcada ya por la derrota
de un vivir claramente derrochado,
te vas metiendo en la mullida noche
a cobrar tu anticipo de la muerte.
Mari Cruz Agüera