Cuando llegaste,
olías a gritos y
a flores
cansadas,
a desiertos
de angustia y
a raíces
clamando
silencio.
Eras
el guerrero
de sangre
seca
que codiciaba
la conquista
de Jerusalem.
Ahora,
mi amor,
hueles
a saliva
de hierbabuena y
a caricias de
amapola;
a sexo recién
nacido
y a césped
recién
cortado.
(Por eso
me gusta
tanto
dormir
sobre ti.)
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azúcar»