Dulce flor de la noche
que viertes de jazmines
el valle de mi espalda,
que asperjas la semilla
inútil del deseo
y envidias la madura
quietud de lo remoto.
Amante desbocado,
acaríciame y viérteme
el beso repentino
del resol de tus párpados
y recorre de sombras
mis piernas primitivas
(mis labios y tus dedos en un duelo de pájaros).
La lluvia es una anécdota
tras el cristal opaco.
Tu cuerpo me responde
como una caracola,
un tráfago de barcos
despeñado entre espigas.
Tendida sobre el lecho
la espera es un regalo,
la tantálica oferta
de tu lengua de espuma,
y la voz y el jadeo
y el cuello pensativo.
El bullir de la sangre
se desborda y se agita
y, entre fuego y batalla,
la pausa huele a fruta,
a la flor deshojada
que conserva su esencia,
la brasa y la ceniza
que el otoño remueve.
En el lecho los cuerpos
no saben del mañana,
no conocen la prisa
porque el tiempo es eterno.
Un látigo de luz
sobre el temblor de sábanas
te recuerda caricias
que nunca pronunciaste.
Es el momento ahora
de nadar al origen
y, en trágica agonía
de otras noches en vela,
consumir al asalto
los jugos de tu boca,
arrebatarte el cielo
que tanto me prometes.
Elena Marqués
Bellos heptasílabos Elena, te felicito.
¡Guau! Magnífico, Elena. Enhorabuena por el premio pero, sobre todo, por el poema.
Muchas gracias a los dos. Me hace ilusión que me leáis. Y, por supuesto, que os guste.
Besos.
Estoy contigo, Thomas, pero yo añadiría algún adjetivo más cotundente. «…arrebatarte el cielo/que tanto me prometes». Ese cierre lo convierte en antológico.
¡Qué maravilla, Elena! este poema es pura música. Felicidades, dulce Poetisa.
Un abrazo.