Indagué en aquel trigal
de mies madura,
donde la roja amapola
encuentra gallarda su morada,
donde anida la perdiz,
donde la mirada se pierde,
en la seca tierra donde ella crece.
Acurruco mi cuerpo junto a su nido
arrullado entre la paja,
ensombrado por la flor
siento la tierra en mí,
deseo pegarme a ella
en generoso regalo.
Si la tormenta aquí me pilla,
no pronunciéis mi nombre,
no me saquéis de mi abstracción,
dejadme que le devuelva el favor,
dejadme que duerma a su lado para siempre.
Adolfo Navascues
Versos y rimas para las azucenas
Casi se me escapa la entrada de este bonito poema. No me hubiese gustado perderme su aroma a tierra tras esa anhelada tormenta, el púrpura de esa amapola entre los trigos … el reposo de esa consciencia retornando a la raiz …
Felicidades. Un abrazo.