El ballet de los soldados rasos. Por Isidro R. Ayestarán

Un, dos, tres, al paso de la oca.
Tres lápidas más en la fosa común
de los soldados rasos que van a morir
por una patria madre que no los ama ni adora.

Pom, po-pom, po-pom,
así suenan los latidos del corazón
de esas otras madres que son las que
lloran la ausencia verdadera.

Un estandarte sobre un ataúd no es
suficiente paño de lágrimas para el
corazón desgarrado ante un himno
cruel en un solo de trompeta.

Y la verdadera pena no se consuela
con salvas de honor, ni con palmadas
del gobierno plañidero de turno con
semblante de campaña electoral.

Sin novedad en el frente, mi capitán,
a través de senderos de gloria, mi coronel,
tiempo de amar y tiempo de morir, mi
querida madre que lees la última carta que te escribo.

Y mientras te la dicto, a ritmo de corazón
palpitante porque se acerca la hora del combate,
le saco brillo a la chapa que lleva mi nombre,
que sepan que no soy un soldado anónimo

sin patria ni bandera, engatusado por el desfile
de hermanos rasos en esta trinchera, donde nos
miramos a los ojos en silencio por no preguntarnos
a qué mierda servimos, que nos manda cargarnos

a quien traspase nuestra frontera, a quien usurpe
la vivienda, el lugar de nuestros juegos de infancia,
al hermano que vive en el territorio contrario, a quien
ose levantarnos la mano, la voz y la mirada.

No, madre…
Si he de servir a alguien, que sea a este corazón
mío que aboga por la paz y el sentimiento,
por la paloma blanca del entendimiento,

por las lágrimas sinceras y honestas tras
consultar con la palabra antes que con el
enfrentamiento, con esa mano tendida que
se ofrece sin pedir nada a cambio…

¿No lo veis?
El verdadero territorio se adentra en este
corazón grande donde cabemos todos
sin importar el dios de nuestras creencias,

el color de la papeleta antes de meterla en la urna,
la compañía de un amor que llena de orgullo
sin necesidad de un desfile de mil colores…
la sonrisa sincera de los niños

que no dicen nada, pero que lo dicen todo
con una rotundidad que deja a los adultos
sin argumentos para firmar guerras analfabetas
y partidarias en este mundo de color negro.

(silencio)

Un, dos, tres…
Y disparamos.
A ti por ser el enemigo.
A mí, en la nuca por abanderar la huelga
de rencores caídos.

Madre…

Enseguida te llevan la chapa con mi nombre,
la bandera bien doblada y planchada,
el himno del adiós dolorido…

y este hijo que te besará por las noches
en un mundo de sueños, donde el verso
se escribe en una caricia certera en tu
frente ajada y marchita.

Una caricia certera, sí.
más certera que cualquiera de las balas
que disparan los fusiles cobardes del
estruendo y la mentira.


© Isidro R. Ayestarán, 2008
El Cabaret de los Sueños

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