El Cisne de Fontiveros.
EL VIAJE
La tarde ya se oscurece
y se oculta en el Ocaso…
Allá por el horizonte
de un día de sol muy largo,
Catalina y su familia,
desde la villa de Arévalo,
viajan en una carreta,
rumbo a Medina del campo.
Las ruedas en el camino
van hundiéndose en el barro,
y un sendero tortuoso
de guijarros van cruzando.
Ella, que es joven y viuda,
lleva a Juan con nueve años,
y entre querencia y ensueño,
no encuentra ningún respaldo
que pueda aliviar su pena,
su congoja y desencanto.
Ya son muchas las palabras
que ha escuchado de otros labios;
que entre Gálvez y Torrijos,
peregrinar toledano,
ha visto cerrar sus puertas,
recuerdos que no ha olvidado.
II
Con mirada penetrante,
el niño Juan con halago,
la pregunta entre suspiros:
-Madre, ¿por qué estás llorando?
¿Será el cansancio del viaje?
¿Será quizá del quebranto?
o es que tú, que tanto callas,
que piensas y me amas tanto,
no sabes decirme, cómo,
no sabes decirme, cuándo
llegaremos al destino.
¡No llores!, ¡dame tu mano!
Son tus lágrimas estrellas
que adornan el sacrosanto;
como esas gotas de lluvia
que el mismo cielo ha dejado
para el brillo de tus ojos,
para tu imagen y encanto.
Son como rayos de luz
que alumbran tras de tu paso,
e iluminan para siempre
el amor de tu regazo.
¡No llores madre, no llores,
que yo estoy ilusionado!-
III
-Dime, ¿si en aquel castillo
con almenas y murados,
se encuentran cerca las puertas
de la ciudad que buscamos?
Si es así, ya queda poco,
pues la verdad, voy cansado
de caminar entre piedras,
rastrojo, lodo y sembrados-
-Sí hijo mío, es el lugar
que a tantos he preguntado;
muleros y carreteros,
jinetes que en su caballo
no me prestaron montura,
tan siquiera me ayudaron,
todo por ser mujer pobre…
¡Sabrá Dios, cuánto descaro
nos espera todavía,
y cuánto celo encerrado!-
IV
Al cruzar por un sendero
se escucha un arroyo claro;
es el río Zapardiel,
donde absorto y muy callado,
escucha Juan la corriente
que le deja embelesado.
La madre que está muy cerca,
que hábilmente lo ha observado,
le acaricia con cariño,
y lo estrecha entre sus brazos.
-Tranquilo Juan, ¡no te asustes!
¡acurrúcate a mi lado!
pronto tendremos hogar
con techo y portón cerrado,
y podremos descansar,
si es que llegamos temprano-
-¡No oyes madre como canta!
!Baja alegre, suspirando!
¡No es el rumor de la fuente,
la voz que estoy escuchando!-
La noche cubre de estrellas
un cielo azul con su manto,
y Catalina dichosa,
sonriente y murmurando,
le dice a Juan con ternura:
-A Medina, hemos llegado-
Juan A. Galisteo Luque
Viaje de Arévalo a Medina del Campo
Fragmento del romance: El Cisne de Fontiveros
Del poemario: Versos de luz y sombras
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