Yo no inventé el vigor de sus palmeras,
ni el tono diferente del canto de sus pájaros,
no le pinté la luz
alrededor del mar que la abrazaba.
Yo sólo puse rumbo a su incipiente brillo
con los ojos cerrados y con el alma abierta,
como siempre me doy a toda búsqueda.
Y a punto de alcanzar su arena mansa,
cuando mi pie templaba sus orillas,
se disolvió en el agua, como el llanto o la sombra.Yo no inventé esa isla, la intuía de lejos,
cómo iba a suponer que era de barro.
Mari Cruz Agüera