Buenas tardes, amigos y colaboradores de Canal Literatura. No creáis que os he olvidado, abandonado… nada de eso. Estoy terminando de recopilar y etcétera un poemario que quiero regalarle a mi hermana para Fin de Año. Os doy mi palabra de que no tengo tiempo ni para mirarme en el espejo. Mejor, igual me asustaba.
Comparto con vosotros una entrada de prosa poética con un toque beatnik. Bueno, ahora diríamos hipsters; las modas son así de guasonas y se creen genuinas cuando, en muchas ocasiones, son copias. Dejaremos que sean felices. ¡Molan!
Besos,
Anna
Enjambre de typewriter
Una taquimeca de ordenadores caminaba a ritmo de jazz callejero; su hombre la esperaba entre témpanos de cristal y lacustres bocanadas de cigarrillo.
El amor era un suicidio
inefable. Nubes de terciopelo,
brazos móviles de paja.
Salía del trabajo como una penitente de rosario nazareno. Llevaba el tic de las cartas móviles en su cabeza; un repicar de campanas solícitas e ingrávidas que apabullaban sus entrañas.
Gris, blanco; epidermis cerúlea que anida un sortilegio mágico mientras el sexo convaleciente se apaga.
Enteriza, miraba los reflejos de escaparates y de carteles con destellos. Deseaba seguir inerte. Sin embargo, parecía que una voz la hipnotizara: «Compra. Compra…», voceaban lo maniquíes vestidos de ángeles celestes.
Salía del gentío pensando en el crimen que iba a cometer, enredada en las piernas del gélido amante que apagaba su vorágine en un cuartucho de hotel.
Inodoro marrón con heces
amasijo de otros cuerpos,
enjambre impúdico. Deseos.
Veloz se escurrió por callejuelas llenas de charcos donde el Jericó de un completo a veinte euros reinaba inmemorial. Subió las escaleras mecánicas como si fueran dedos que se posaban en sus pies esponja. Dobló la esquina del pecado.
El hervidero sonoro de su typewriter táctil lamió su piel, erizó su bello, besó su alma. Lengua autómata que no habla. Vergüenza que torna la dermis cobre niquelada. Escupe miserias.
El varón seguía sus movimientos con párpados entornados desde el cuarto esmeralda. Se diría que toda la vida andaba haciendo lo mismo: picando flores. Alfileres clavados en un globo hinchado.
Material consumado y consumido,
soplos de aire,
oxígeno. Garganta ahogada.
Impúdico, salivó en exceso relamiendo la fruta madura que satisfaría el deseo de su sexo. El ventilador de molinos de viento giraba. Brazos de alcohol cortando el viento. Cizalla.
El amor era peligroso. Medusas de cabello blancas; pez espada retorcido entre olas de rascacielos.
Al abrazo siguió un beso rojo pasión que hizo caer sus brazos al suelo. Amarillo limón, salpicado de manchas. Las sábanas de almidón pretérito. Ciegas sus palabras, pasó a la acción. Sus pies olían a queso fuerte: los tomó entre sus labios y los devoró. Sándwich de cuajada.
Grietas esculpidas en roca insana,
esputo verde,
carnosidad de montañas. Diligente.
¡No todo eran taquígrafos impertinentes! Papeles ventosas que se adherían a sus poros. Metal fluorescente que quemaba. Espuma de mar entre ruidos de vehículos y caras asustadas.
El amor era un suicidio.
Asesina. Mujer escarlata.
Nouvelle de dos rombos. Lacra.
©Anna Genovés
11/11/2014
Todos los derechos reservados a su autora
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Ella Fitzgerald – Body and soul
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