Tengo el día para amarte, sentirte, quererte,
pasear con tus anhelos,
involucrarme con tus manos,
recorrerte con los ojos a pasos
que no terminan nunca de mirarte,
para descubrir que siempre hay algo nuevo
-un algo tuyo que a diario es reinventado-,
corretear tus diez miradas que se escapan de tu rostro
y devolverlas a mi tiempo
-las guardo un rato a modo tal que las presumo
y las cuelgo en mi camisa a guisa de sonrisas.
Tengo el día lleno de ti y de tu tacto
-mis manos se agrandan al sentirlo,
se vuelven racimos de tus manos,
se consienten en tu piel como un presente-,
y salgo al mundo, vivaz, a comentarlo.
La noche la guardo para hurgar en tus silencios:
escuchar que estás, que eres alegre,
que todo en el lecho se ha vuelto una caricia,
y que estás dispuesta, un nuevo día, a mi embate.
Salvador Pliego