Gracias por tu alegría,
sin resquicios.
Gracias por tu mirada,
todo un prodigio
de tiernas hojas frescas.
Gracias por desnudar, por detener,
y también por engrandecer con tu presencia
momentos irrepetibles de nuestras vidas.
Gracias por regalarme
miles de mariposas cada día
que revolotean suavemente
entre nuestras pieles.
Gracias por la felicidad
de soltar continuamente
palomas al viento.
Gracias por compartir
la lluvia de nuestras lágrimas.
Gracias por no darle ninguna tregua
a la desesperanza
y espantarla con fuerza
cuando planea cerca de nosotros.
Gracias por tus canciones
de flores y árboles y el milagro
constante de tu amorosa presencia.
Javier Úbeda Ibáñez