Era el cuarto en penumbras, ¿lo recuerdas?,
apenas una luz ámbar, llovida,
que hizo de luna tenue y dolorida
entre las sombras taciturnas, lerdas.
¿Tu música? Un susurro: «¡qué me muerdas!»
dicho en mi oído, dulce y poseída,
como quien teme que se va la vida
o la locura entre las horas cuerdas.
Te besé como azúcar cada seno,
tuve la gloria eterna de arroparte.
¡Duró un instante! Y el reloj sereno
te llevó en su tic tac a cualquier parte
y me dejó esta angustia de extrañarte
como quien duda de que Dios es bueno.
Marcelo Galliano
Argentina
Un poema sereno y hermoso, Marcelo. Así reposan las buenas pasiones, en el recuerdo.
Un abrazo.