Cómo me seducía el espejismo
brutal de aquella noche,
aunque ya sospechara la respuesta.
Nos mandaban temprano a nuestro cuarto,
con tiernas amenazas,
a domar los insomnios,
pero mi afán curioso llamaba a la vigilia,
gesto inútil
el de increpar a mis pequeños ojos.
Siempre tan desigual
la lucha contra el sueño,
y al final me vencía
sin que pudiera descubrir la farsa.
Luego al amanecer, en tanto júbilo
no había espacio para las preguntas,
la inquietud sucumbía en el olvido
ante la maravilla del hallazgo.
Después que fui creciendo,
-inevitablemente razonable y más alta-
la verdad me alcanzó de forma súbita,
-ni siquiera recuerdo de qué modo
dejaron mis pupilas de viajar al asombro-.
Pero siento que ahora, como entonces,
también mis ojos buscan en las noches
no la magia que brota de repente
sino la contundencia,
la certeza,
la trastienda de todos los milagros.
Mari Cruz Agüera
Jurado del VII Certamen “Poemas sin Rostro»
Un poema hermosísimo sobre un día especial. Me encanta el último verso: «la trastienda de todos los milagros». Creo, además, que, aunque hablas de un tema muy concreto, cada uno, según sus vivencias, puede trasladarlo a su propia experiencia del descubrimientto de la magia y la necesidad de conservarla.
Un abrazo.