He buscado la forma muchas veces,
quería que mi voz fuera tu casa,
cobijarte de todas las tristezas,
amparar tus silencios
con el sonido breve de mis dedos,
y encontrarnos también
–por qué no merecerlo-
en la alegría.
Y he gastado en mi empeño
hasta el último atisbo de toda mi belleza.
Ya no me queda nada,
ni albor, ni probidad en la esperanza,
si acaso algún recuerdo entumecido
-al que cuesta marcharse-
de esa manía mía de alentar al milagro.
Para que vuelva a ser, para que exista,
tendría que bastarte con mis manos,
estas manos de sombra,
tan heridas de llantos y palabras,
que aún sienten la memoria de tu nombre
golpeando sus huellas.
Mari Cruz Agüera
Precioso poema. Enhorabuena.
Me encantó tanta ternura. saludos
Sin palabras… Maravilloso.
Todos los sentidos se despiertan con tus palabras (tristeza y hermosura) y con la voz pequeña de tus dedos.
Un abrazo, poeta.