La sed compartida
Tal vez fuera el augurio de la noche,
las muchas soledades disfrazadas
o el frío que manchaba las baldosas
y nuestros corazones,
pero todo invitaba a refugiarse
en la cálida sombra de mi taza.
No sé cómo dispuso la alegría
la música en mi pecho.
No fueron, por perfectas, las palabras,
ni la belleza franca de tu risa,
ni tus ojos desnudos de secretos;
no temiste al clamor de mis heridas
y tus manos silentes
cantaron todo el sol de mi cintura.
Luego vino el temblor de la impaciencia,
la sed interminable compartida
y ese beso escondido en cada sorbo
que derramó mi boca hasta la tuya.
Mari Cruz Agüera
Yo también quiero refugiarme en «la cálida sombra de mi taza» y… Me ha encantado.