Cuando era niña
traían a mi casa
una virgen chiquita,
encerrada en
una urna de
cristal.
Tenía al niño
en brazos
(no se cansaba nunca
de llevarlo así).
Las vírgenes
se paseaban en
jaulas por
mi pueblo,
adornadas con
flores blancas
de plástico.
También traían
una hucha
(que no se me
olvide esto,
que es muy
importante:
no venir
dando,
sino pidiendo).
Mi madre
(parece que la
estoy viendo),
antes de echarle
una moneda,
le hablaba
bajito
–que no era rezar,
que eso es otra cosa–
y le contaba
hasta mis
intimidades
(por ejemplo
que yo había
desarrollado
antes el
pecho que
el cerebro).
Así que con
el tiempo y
sus visitas,
la Virgen,
esa de corona
dorada y
vestido
de un celeste
rancio,
se convirtió
en una de mis
mejores amigas.
Porque aprendí
que si
le contaba mis
pecados
estaba salvada y
por muchos
que hiciera,
nunca,
nunca,
nunca,
iría al
infierno.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora
Me ha hecho gracia Yolanda, recuerdo que si hacías no se que cosa durante un tiempo los 10 primeros viernes de mes ya te habías gando el cielo hicieras lo que hicieras.:))
Así que iré al cielo seguro porque hice más de 10, eso hace 40 años XDD
jajajjaj… pues yo eso no lo hice, sí hice de monaguillo y fue penitente. Genial, nos seguiremos leyendo las dos en el cielo…je,je
gracias por tus recuerdos