Aunque el sendero es siempre el mismo
cada cual camina de diferente manera,
cuántas veces morí yo por esos caminos
para renacer en brazos de la tristeza,
cautivo entre barrotes íntimos y extraños,
sin decidirme por un destino en el cruce,
sordo a los gritos de mis propios sueños
de no aprender a atarme las cordoneras.
Isis me da a luz a través de mi propio útero,
ella, que es diosa, me enseña sus viejos secretos;
a transitar firme la senda con la piel desatada
a mi dulce necesidad, a mis deseos reales
-hombre libre de lastre, reluciente camino-,
ligero de bagaje, sin fatiga en las cuestas;
así, mi pecho montañoso es un gran crepúsculo
donde mi alegría anda bajo el influjo de Febo.
Siempre, lo sagrado alumbra las veredas de la vida tibia.
Manuel Brescané