Lo que en ti culmina es agua de sol que arroja
la algarabía suprema de un frenesí que vibra.
Puede que seas distinta como la luz, hermosa.
Por lo que sobrecoge y ya delira,
eres la blanca corriente y el centellear de noche.
Leve y preciosa, roja de boca,
puede que caiga la medianoche enardecida.
Y más que un lienzo, el azul contempla
si va tu boca estremecida:
un firmamento, febril hoguera que ya se arrima.
Puede que caigas como la lluvia
entre lumbreras y con los ojos llenos de vida.
Y en cada gota, suave y preciosa,
la noche aviste ya conmovida.
Puede que seas la sombra al partir el día
y la luz sombreada de tu mejilla.
Sobre tu cuerpo mi escalofrío
arde en la noche en un suspiro:
quiere que seas aquella sombra, aquella luna,
la hoja caída, su celestina;
quiere tu boca en mi boca puesta
para sentirla ya derretida;
quiere tu mano, tiniebla mía,
encandilada como un vigía.
Puede que seas tú el mediodía
y la noche en mi hombro y la umbría plena.
¡Quiere la noche sobre la tierra
alumbrar su labio acoplando el mío!
¡Quiere que seas la noche, la noche extinta,
y ser en mi boca, boca prendida!
Puede que seas la medianoche en el mediodía,
y el mediodía donde corona
y se estremece completo el día.
Boca de bocas y de osadías.
Boca en tu boca siempre elegida.
Así me arrastras y me cobijas.
Así generas noches flameantes para emboscarnos.
Y aquellos labios, ¡tímidos labios!, parecen nunca morir en frío.
Cuando el cenit converge,
quiere que nuestros pechos se estrechen juntos
y se estremezca la sombra que es concebida
con cuatro labios y dos gargantas cobrando vida.
Tu labio duele cuando en mi boca
la luz nocturna ya se termina.
Boca de bocas, boca divina,
boca de espumas, boca de cardos,
labios de huerto que azul tiritan.
Salvador Pliego
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