Los vicios de mi herida
Nada disfraza el plomo de mi sangre,
ni la sorda tristeza que ensombrece mi pulso,
ni el silencio apostado en mi garganta.
Forzoso canto que hoy me desintegra,
pues sería más fácil abrir mi carne en lágrimas
y dejar que el dolor se desaguase
enjuagando mis huesos,
y no rasgar la frágil veladura
de mis parvos deseos con tan vanas palabras.
Tinta oscura del alma,
qué necedad mi avivas en los dedos
para cubrir mi pecho de sigilosas muertes.
No me ofrezcas más sal,
ni soledad, ni frío,
por más que lo supliquen los vicios de mi herida.
Mari Cruz Agüera