Hablemos de amor, abracémonos en esta mañana de invierno remolón, de noche aún pegada en nuestras piernas y de sábanas incendiadas de locura.
Levantémonos de nuestros ordenadores, vayamos al compañero que tenemos al lado (o a nuestro hijo, o a nuestra vecina) y preguntémosle por su órgano corazón:
¡Hola!, ¿puedo hacer algo para que tu corazón sea más rojo…? (por ejemplo).
Después tiremos de las mangas de nuestra camisa para escondernos dentro de ellas, para viajar durante un instante por la piel de nuestro recuerdo, por los olores hermosos que guardamos en nuestro cerebro (yo, por ejemplo, guardo el tuyo… Tu olor nunca lo olvidaré. Lo llevo inyectado en mis lunares y a veces me muero por vivir en tu cuello).
Y después de todo esto, sigamos trabajando, como si nada o como si todo este mundo que ha pasado por nuestras arterias, nos regenerara.
Quizás, entonces, tengas la suerte de convertirte en otro mejor que tú.
Yo lo intento cada día…
(Aquí os dejo el poema. Hoy estoy hoy revoltosa, siempre me pasa cuando voy a ir a Madrid a vivir poemas).
Amarte,
es lo más parecido a crear mundos.
Me tambaleas
hasta fragmentarme;
me haces temblar
y me rompes
(pero me equilibras).
Me destrozas
los labios
a besos y
me arañas la
cordura con
tus dedos
(pero me
construyes).
Después,
me pisas la
tarde con
tu risa y
me desgarras las
medias con
tus abrazos.
Pero me regalas
unas nuevas y,
muchas veces
(esto me encanta)
me invitas a
merendar en
tu espalda.
Y, para terminar
esta catástrofe
animal,
me fundas un
imperio en
la médula,
ese rincón
que has
elegido
(ojalá no te vayas nunca)
para
exiliarte.
-Bendito
colonizador-.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora