En ocasiones se esponja mi pecho
sin que comprenda cuál es la razón
que me incita a sentir que se agranda,
como lo hacen las obleas compactas
al simple roce de un jugo caliente.
Podría tratarse de las retinas
de un extraño que me velan y acechan
desde una ventana distante, pues incluso,
estando lejos, me harían notar
el calor de saberme cobijada
en un cuerpo que no le es invisible
al mundo.
O tal vez ayer diera una moneda
a un indigente despojado que vino
entonces a vestirme, agradecido,
con todas sus desnudas bendiciones.
En ocasiones no existe una causa atinada.
Pero cuando tú me ves con tus ojos,
con tu mueca limpia y sonriente bañas
en vino mi alma sedienta,
que se expande vertiendo sus cenizas
en medio de todos esos océanos
que aclaran la tierra. Y presiento que no tendré
que cruzarlos todos para saber
que, sin ti, existir también es posible.
Porque ahora me basta
con que seas el pretexto preciso
para que mi corazón se contraiga
empapado en nostalgia, en poesía
y, tal vez, en amor.
© Juana Fuentes
Blog de la autora
Difícil elegir entre estos versos, pero esta vez me quedo con:
«O tal vez ayer diera una moneda
a un indigente despojado que vino
entonces a vestirme, agradecido,
con todas sus desnudas bendiciones.»
Bueno, y con «sin ti, existir también es posible». (Y sé de qué hablo.)
Muchos besos, poeta.