Ese dolor ajeno que me mata
que encallece mis manos, que me humilla;
ese dolor clavado como astilla
en el fondo del pecho de hojalata.
Ese dolor que acusa y me delata,
que me priva del sueño y me mancilla,
que quema y humedece mi mejilla,
que me deja sin paz, que me maltrata.
Ese dolor agudo que no es mío
pero que sí lo es, que lo comparto
con el enfermo, el paria y el vencido.
Ese dolor a cuestas, ese frío
que penetra los muros de mi cuarto
y cae hasta un papel, desvanecido.
© Juan Ballester