El asesinato de Fran me descubrió cansado
en un garito de carretera. Billie Holiday cantaba My man.
He probado whiskis mejores, pero no existe mejor voz
que la de Billie. El camarero elevó su vaso
a lo alto para brindar por mi afirmación.
Nuestros vasos vacíos de un trago.
El humo rasuraba las pupilas. Pero todo estaba bien,
bueno, la lástima por Fran revolvía mis tripas,
agujereado por tres mastines de un treinta y ocho,
tres mastines que la ciudad había criado.
Una muchacha me mandó los balcones de sus ojos,
después, un cigarrillo dulce como su lápiz
de labios: “para la tristeza no hay nada como yo”.
Veinte pavos, rubia teñida, buena pinta, una madre
y muchos hermanitos que alimentar y una cicatriz
en el perverso escote. Pero, Fran corría ante tres asesinos.
Fran y su manía de escribir con precisión
entre tanta basura, entre tanto poder.
Fran y sus cálidas palabras,
su ansia de justicia en este mundo deforme:
un periodista loco en la galaxia de los hampones,
eso es lo que era. El estiércol se le amontonaba en las manos.
La risa de la rubia confirmaba mis mejores sospechas
y la quise para mí,
para esa noche atropellada como un perro perdido.
Crazy they call me.
El cielo era un tugurio de estrellas
y los ojos de la chica despedían pequeños diamantes.
Su abrazo, de fuego, cómo no.
El recuerdo de Fran y esa cicatriz en el escote
de la dueña de mis veinte pavos.
A veces la tristeza gana todas las batallas.
Francisca Gata Amate
Del poemario «Cine Negro»
La fotografía es de la presentación del libro «Cine negro» en el Café Zalacaín de Murcia en mayo de 2012.