Intuyo que usted vino a sembrar sus flores
cuando un resquicio de mi corazón se abría.
No me pida ahora que no riegue esos tallos,
que no le dé el poder de abrirlos y exhibirlos,
que no le muestre a usted el jardín que ha florecido.
Venga y corte de estas flores,
que usted le ha dado a este jardín
por semillero un hombre,
y la quiere a usted cual ramillete
de un corazón de rosas
bombeándole en la mano.
Salvador Pliego