Tu me tues…
El destino del primer amor es morir. En la dicotomía del delirio.
En la infinidad de la mengua. En la intimidad del recuerdo.
El sepulcro del albedrío en la primera adoración impía;
cárcel de sangre y piel liberadora: la lápida de la conciencia,
dispensario de místicos y santos.
“Tu me tues, tu me fais du bien”.
El destino del primer amor es perdurar. En la fugacidad de la nostalgia.
En la inmaterialidad de la palabra. En el desierto del insomnio.
La matriz de la conciencia tras el castigo y el gozo; cicatriz profunda,
Investida de poder y expectativas.
Se da a la fuga, como un reo. Más aún, se vuelve el propio espíritu:
Yo mismo soy la ruleta inconstante y dormida
que esgrime el dolor o la dulzura de la marcha para empezar de nuevo.
El destino del primer amor es el mío.
Estel