Una hermosa ciudad
Era una hermosa ciudad
en medio mismo del valle
poseída por un río
de tiempos inmemoriales.
El río cubre la tierra
y la preña sin descanso,
pare la tierra sus frutos
que no los da ningún campo.
Es la huerta de mi tierra,
feraz vega del Segura,
que, cada vez más cansado,
su obligación ya no apura…
y como amante encornado
ve como la tierra acoge
otro amante entre sus brazos
y el corazón se le encoge.
Era una hermosa ciudad
con un cielo inimitable
que las nubes, sin pinceles,
dibujaba un viento suave:
ora un par más oscuras,
ora una nube más clara,
ora una gris de tormenta
en un verano de plata.
Era una hermosa ciudad
de ciudadanos frutales
cargados de dinamita
que decía un tal Hernández,
frutos da nuestra tierra,
golpes de azada y sudor,
los frutos son emigrantes
compañeros del dolor.
Era una hermosa ciudad,
era un río, era un valle,
y era una catedral
en la tierra de mis padres
y la de los padres de ella,
que fue parida por hembra
y como hembra parió
cuatro hijos y mi eterna
gratitud y admiración:
cuando fue niña de quince,
cuando de treinta señora,
con quince más me murió
y con ella la esperanza
y un amago de su fe
se me secó en la garganta
y en la pluma, y en el alma…
y hoy me sigue pareciendo
mi ciudad hermosa y clara,
la mejor tierra del mundo,
aunque la tenga a mi espalda.
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