Suave.
Con sus lágrimas de hielo rajando las vocales, ella le escribe (a él) la verdad más pequeña. La que nunca se dice. La que se omite por pudor o porque una vez que todos los abrazos se han ofrendado, sobra.
La verdad que origina el principio de algo que ojalá no tenga final.
Y yo, mientras ella lo escribía, la miraba. Como si fuera Isthar volviendo cansada de la muerte para seguir amando…
La cordura sirve para perderla.
Ya sé
por qué me enamoré
de ti.
Hoy,
ya sé
por qué me reventaste
la razón:
Por tus llamadas
interminables
cinco veces al
día y
por arrasarme
dentro
sin pedir
permiso.
Por tu olor
galopando mis
venas y por
tus palabras
obscenas y
tiernas.
También por tus regalos
de no cumpleaños y
por plantar
un universo
a mis pies
(mientras
me devorabas
el cuello).
Por tus me muero
por verte y
por invadirme
como un loco
en mitad
de tu mundo
(aunque nos miraran
los vecinos).
Ya sé por qué
deliré al
amarte
(fiebres de versos
desparramados por
mis dedos)
y por qué
casi me derramo
dentro de mí misma.
Hoy, ya sé
por qué
me detonaste
la conciencia.
Suerte que
descubrí,
justo antes de
olvidarte,
que tu verdad
era mentira.
Yolanda Sáenz de Tejada
Colaboradora de esta Web en la sección
«Tacones de Azucar»
Blog de la autora