Recuerdos en septiembre.
Llega septiembre y la playa va quedando vacía poco a poco, componiendo su imagen invernal y solitaria. El mar y la arena perfilan el fondo sin atropello ni alboroto, acariciándose mutuamente. El sol vigila la danza diurna y la luna, las mareas, mientras la brisa mece el espectáculo y la calma refresca la noche. El alma se sosiega y se repliega en los recuerdos que dan sentido a nuestra vida, que han sido instantes inmensamente felices, plenos de sentido y tremendamente enriquecedores.
Como hologramas ante el paisaje aparecen esas imágenes que avivan el pulso con intensas emociones vividas, tan nítidas que parece imposible que el tiempo pueda desdibujarlas en nuestra memoria. Y en esas imágenes que desfilan ante mí están siempre ellos: mis hijos.
Recuerdo con amor la noticia de su llegada, la larga espera, el momento de recibirlos en mis brazos con esa incertidumbre dulce y llorosa que nos hace sentirnos eslabón de un universo que avanza imparable como un tsunami vital, que arrasa sin complejos, egoísmos y miedos.
Y cada minuto de su existencia a mi lado ha resultado ser un nuevo descubrimiento: la responsabilidad de cimentar otra vida, la ilusión de sus miradas expectantes y entregadas, sus preguntas inquietas, sus respuestas imaginativas, esa bendita inocencia y sus cálidos abrazos que tantas veces me han reconciliado con este mundo ingrato.
Ahora que ya son dos hombres con criterio que enfocan su vida para afrontarla en solitario, me toca aprender una nueva lección, porque, si bien los padres enseñamos a dar los primeros pasos, ellos nos ayudan también a entender cuándo es el momento de pasar a un segundo plano, a ser sólo soporte vigilante, referente, pilar de apoyo en la distancia, la retaguardia donde reponer fuerzas. No hay razones ni dudas, porque ante todo permanece el amor que nació en nuestras entrañas y creció a su vera en cada aventura, herida, proyecto, decepción o logro, y que permanecerá en el corazón de sus padres como parte de nuestra propia vida.
Y a ambos doy las gracias por estos tesoros que me acompañan mientras paseo por la playa en calma, por haberme enseñado a ser madre y, sobre todo, mejor persona; por dejarme sentir el orgullo de haber contribuido con pasión y entrega a esta hermosa tarea de perpetuar la especie, el linaje, y los valores que siempre han presidido el lema y el hacer de nuestra familia.
«Faz tu pendón y cimera de virtudes cardinales, que riquezas temporales no dan riqueza entera.»
Sé con certeza, pese a todos nuestros defectos, que son dos excelentes personas a las que adoro. Y lo sabéis bien, queridos hijos.
Brujapiruja
01/09/2015
Una introducción maravillosa y real que nos dibuja Septiembre y su sosiego refrescante tras todo el sofoco estival.
Casi puedo adivinarte sobre esa fina arena; tu melena rubia agitada por el aire y tus ojos sabios clavados en el horizonte: sensitiva,sensible y reflexiva a las cosas verdaderas.
Tu texto huele a salitre y a calma; huele a madurez interior. Tus palabras exhalan más fuertes y aromáticas que un millón de azahares, el aroma intenso de una madre y su commovedor orgullo.
Imposible leer esto sin emocionarse. Gracias y un abrazo.
Precioso todo, pero me quedo con la sabiduría de estas palabras: «ayudan también a entender cuándo es el momento de pasar a un segundo plano, a ser sólo soporte vigilante, referente, pilar de apoyo en la distancia, la retaguardia donde reponer fuerzas». Besos y abrazos.
Emocionante y acertadísimo texto con un inicio que me ha recordado unas palabras de Umbral: Cómo se agradece septiembre. Tarde de sol frío, naufragios silenciosos por el cielo.
Abrazos
A estas alturas de septiembre, en que los hijos crecen y se despegan del tronco, nos sentimos algo más viejos y es inevitable la nostalgia; pero, al verlos como esbeltas y aromáticas ramas de un mismo tocón, recordamos tantos otros milagros (también los machadianos) de la primavera y se nos pasa.
Hermoso.
Miles de besos, Bruja.
Cada año me pasa igual y ya sé que septiembre me trae estos momentos, así que los espero y me dejo llevar. Como dice Amelia, me siento en esa playa solitaria y recuerdo … También pienso cuantos siglos han conteplado estos lares y que hago yo, tan poca cosa, en este inmenso universo. Algunas veces encuentro respuestas en las «tardes de sol y frío», otras sólo me alienta que aún quedan muchas primaveras.
Preciosos comentarios los que me regaláis Amelia, Carmen, David y Elena. Sabed que me alimento de vuestros escritos y experiencias que son pan bendito para el alma. Miles de abrazos
Es un cuadro familiar tierno donde no falta el amor y la buena comunicación, placer de lectura
Un abrazo. Betty