Aquel día llovía al salir de la oficina y no llevaba paraguas. Era tan feliz que me dio lo mismo. Recuerdo que pensé que caminaría hasta casa para poder sentir el frescor del agua en la cara. Doblé la esquina y me encaminé tras los pasos de una pareja que se tapaban bajo un paraguas rojo con lunares blancos.
Extasiada no dejaba de mirar el vaivén de los lunares, quería dejar de hacerlo, pero no podía. A cada paso que daba me iba encontrando peor, como si estuviese hipnotizada por aquellos redondeles. Comencé a notar que el corazón se disparaba en su galope y muchas imágenes cruzaban por mi mente tan deprisa que no me daba tiempo a saber de qué se trataba. Una gran angustia se apoderó mi y busqué refugió en un portal. Me senté en un escalón, agaché la cabeza y cerré los ojos para no ver nada. Entonces, en mi mente se dibujaron unas infantiles botas de agua rojas con lunares blancos, dentro de ellas había unas delgaduchas piernas unidas a un fino tronco que terminaba en una cabeza adornada de trenzas rubias y un rostro salpicado de lágrimas. Aquella niña era yo.
—¿Estás segura?
—Completamente.
Por más que insistí no veía mis brazos, ni mis manos. al poco, todo se volvió rojo y entonces aparecieron las manitas. Grité de miedo y de asco al ver cómo acariciaban algo duro pegado al vientre un hombre. La voz masculina que me apremiaba para que terminara me machacó los oídos. Esa voz era inconfundible, dirigí la vista hacia arriba y vi sus hoyuelos, sus ojos achinados y su pelo negro. Era Julio, el hombre con el que me iba a casar en menos de un mes, el amor de mi vida, por el que abandoné a mi familia en contra de nuestro amor porque me llevaba veinte años. Ese bastardo abusaba sistemáticamente de mí en la escalera cuando era una niña. Vivía en el piso de arriba.
¿Cómo fui capaz de olvidarlo, si cada vez que me obligaba a hacerle aquello me juraba que algún día me vengaría? ¿Cómo fui capaz de enamorarme de aquel mal nacido?
—Nuestro cerebro se defiende de los traumas infantiles mediante el olvido. De esa manera sobreviviste y te has convertido en lo que eres. La suerte tuya fue ese paraguas rojo de lunares que trajo del olvido aquellos recuerdos, de esa manera te libraste de ese ser.
—No, no me he librado.
—¿Te casaste con él?
—Sí.
—¿Por qué lo hiciste?
—Recordé…
María José Moreno
Blog de la autora
Autora de La Caricia De Tánatos
¡Ay, María José! ¡Qué te gusta hacernos sufrir!
Muchas gracias por tu relato. En pocas líneas has bordado la historia, ambientada en una lluvia que bien podría colaborar a borrar los malos recuerdos.
Desgraciadamente, la mente humana es muy complicada para ciertas cosas. Nadie como tú es capaz de contarlas mejor.
Un abrazo.