Estaba en la cárcel por amor. Shula llevaba varios meses en aquella desapacible celda por ceder al calor de un abrazo.
Errare humanum est. Pero apenas quedaban sabios para reconocerlo. Y a los que aún no les habían cortado la coleta, así llamaban a su “deceso”, estaban en la cárcel, como Shula. Vivía privada de cualquier libertad, sucia y sumida en la indolencia. Todos los días, sin contar los domingos, recibía las arengas de su consejera que, a modo de actividad carcelera enriquecedora, le inflamaban el alma como la piel se amorata después de una paliza. Shula era muy bonita, no pasaba de los veinte; alta y de formas atléticas. Su piel, del color del melocotón, se secaba como una azalea en el desierto. Arrebujada en una esquina de su camastro, inquieta, se balanceaba de un lado para otro. De sus enormes ojos castaños se fugaban, asustadas, algunas lágrimas que barnizaban con un brillo líquido sus lánguidas mejillas. Se rumoreaba que ese día la dejarían en libertad, pero Shula había perdido las ganas de seguir caminando por la opacidad de un mundo tan gris. Al fin y al cabo, sólo eran rumores…
Aquella funesta mañana, el mismo día que comenzó su cautiverio—estaba recordando Shula─, de camino a su rutinario y frío trabajo, se había encontrado con la mirada de una misteriosa mujer de mediana edad. Tenía unos ojos pequeñitos como las semillas y verdes como la esperanza de sus sueños; unos ojos, así lo sintió Shula, que contenían todo el amor del mundo. Sin pensarlo, y de forma instintiva, se acercó aún más a ella. Ambas detuvieron su marcha y continuaron mirándose, frente a frente, sin mover un solo músculo, algunos minutos más. De repente y sin mediar gesto o palabra alguna, las dos mujeres abrieron sus brazos, como las alas de una mariposa, y se fundieron en un estrecho y comprometido abrazo. Instantes después, a Shula le pareció una eternidad, se presentó la policía de la Manifestación Expresa de las Emociones (MEE) y se las llevó en un furgón al Encierro para el Bien Moral y Comunitario (EBMC).
Shula sentía que era lo más hermoso que le había pasado en años, a pesar del dolor de su encierro. Valió la pena saborear aquella infinita ternura, aquel afecto sin límites, una vez más. Por mucho que los cretinos del gobierno se empeñasen en castigar la ternura para cumplir con sus siniestros planes, lo único que habían logrado era que la gente lo deseara mucho más en un mundo donde la familia era un brumoso recuerdo y la vida un renglón monocorde y egocéntrico. Las personas vivían solas y ocupaban espacios muy pequeños. Las relaciones sociales eran un puro trámite y ya no se reunían para divertirse como antes. A fuerza de ser tan impávidos y yermos los unos con los otros habían conseguido eliminar los afectos y la sensibilidad, aunque todavía quedaban algunos supervivientes camuflados. Cualquier gesto que contuviera el mínimo de cariño estaba penado con meses de prisión.
El gobierno se había encargado –lo había dejado bien sujeto- de cubrir las necesidades más básicas de toda la población. “Pan y circo”, esa era la máxima imperante, mientras se perdía en protocolos, nombres rimbombantes y demás vericuetos burocráticos con los que tanto disfrutaba. Habían pensado en todo e idearon unos artefactos destinados a proporcionar placer al ciudadano: las máquinas para el sexo (MS), una por vivienda. El Centro de Reproducción Asistida (CRA) era uno de los edificios más descomunales de la ciudad, una extraña mezcla entre hospital y guardería; lo más parecido a un hogar que veían los recién nacidos cuando se cumplían las treinta seis rigurosas semanas de fría gestación en las probetas. Cuando llegaban a la pubertad, los chicos eran sometidos a sendas vasectomías y las muchachas a un ligamento de trompas, de esta forma se controlaban los embarazos que ya no eran en modo alguno deseados. Pero antes de proceder con las intervenciones responsables de acabar con la tasa de natalidad, los especialistas del CRA se aseguraban de extraer, a conciencia, los óvulos y espermatozoides más fértiles y aquellos más dotados genéticamente, previos test de Viabilidad, Inteligencia y Capacitación. De forma, que uno podía cruzarse por la calle con su padre o su madre y no enterarse. Eso era lo que ocurría si todo estaba en orden; aunque, a veces, el destino se montaba en un rumbo diferente y los brazos se abrían como las alas de las mariposas…
Shula continuaba arrugada en su camastro, con la mirada perdida en el mohoso rincón de su celda donde rebotaban y caían sin gravedad las anodinas palabras de su consejera; hoy le dedicaba un afectado sermón que contenía algunas utilidades para después de su encierro, era importante mantener a raya su moral y continuar con idénticas rutinas. La libertad se colaba como un aire tibio por todas las oquedades de aquel pequeño habitáculo, pero daba igual, Shula sabía que abandonaba una prisión para entrar en otra quizás más grande, aunque igual de infecunda y gris. Se sentía feliz porque había mantenido su valioso recuerdo a salvo y podía imaginarlo una y otra vez. Se había hecho la promesa de enroscar en su memoria aquel abrazo, agarrarse a él con todas sus fuerzas, como un niño a su peluche. Evocar su calor, su dulzura, para poder sobrevivir durante el nuevo encierro.
Shula abandonó el EBMC con un sol quebrado tras el horizonte plano y lánguido. Una tímida sonrisa se perfilaba en su boca mientras leía en una pantalla gigante (había miles por la ciudad…): “No os améis los unos a los otros como Él os amó… por si acaso”, había dictado el Jefe de Estado a sus ciudadanos, pensando que su amarga realidad había ganado la partida a la dulzura de cualquier memoria. Y es que el gobierno no podía evitar que la gente se mirase, y que algunas de esas miradas se penetrasen de tal forma que los más tiernos instintos y la necesidad de amar de los seres con alma salieran de su encierro, por más métodos y restricciones infernales que emplearan para sepultarlos.
Volvió a sonreír, se sabía dueña de algo muy hermoso que nadie le podría arrebatar jamás.
Mar Solana
Blog de la autora
Tremendamente imaginativo en su realidad.
Felicidades.
Hola, Atticus:
Muchas gracias por tu lectura y comentario. Sí, imaginación y realidad, a veces, quedan unidas a través de una delgada línea…
Un saludo.