MARÍA LA MONJA. Por Dorotea Fulde Benke

MARÍA LA MONJA

María la monja tuvo suerte al llegar a tiempo al retrete de señoras. Mientras se acomodaba, descubrió en el suelo un tebeo con extrañas inscripciones. «Esos rusos están en todas partes», murmuró con poca voz dedicando sus fuerzas a otros menesteres. Sacando el móvil fotografió uno de los bocadillos, y acto seguido lo mandó al servicio de inteligencia del Vaticano. Ya había salido del excusado cuando recibió la respuesta: no era ningún idioma conocido por los analistas. Se encogió de hombros por lo cual el tebeo se le cayó al suelo. Al mirarlo desde otro ángulo vio que eran letras griegas la mar de normales; el tebeo había estado al revés. Mandó una reprimenda al jefe de servicios ridiculizándolo al recomendarle unos ejercicios de yoga con apoyo sobre la cabeza. Después continuó su caminata hacia el piso franco y se puso a leer el cómic que entendía perfectamente gracias a su formación eclesiástica. La historieta trataba de una niña que ingresó en un convento por problemas de convivencia con la nueva pareja de su madre adoptiva. María sentía que sus mejillas empezaban a arder de ira y vergüenza. ¿Quién se había atrevido a husmear en su expediente? En el relato no faltaba ni un detalle de su vida: el falso cura, la superiora sádica, las reuniones en la cripta… La última viñeta de la página ocho mostró una mujer adulta, de rígidas facciones, músculos endurecidos y mirada sombría, la misma con la que se encontró María cuando se puso enfrente del espejo del ascensor de su edificio.

Pulsó el botón de la novena planta y fascinada por la lectura apenas notó que el aparato se pusiera en marcha. Ansiosamente dio vuelta a la página pero el dorso y las dos hojas restantes estaban en blanco. Acostumbrada a investigar, las acercó a la débil fuente de iluminación de la cabina. ¿Había sombras y líneas sobre el papel? Ya iba por la planta cinco cuando los dibujos tomaron forma. Un hombre vestido con un hábito, la cara oculta entre las sombras de su capucha, esgrimía un hacha mientras soltaba acusaciones y amenazas. La sexta. En el tebeo apareció una nueva viñeta en la que el agresor levantó el hacha e intentó cortar el cuello de la mujer del relato. Sangrando copiosamente por la herida, esta se derrumbó mientras blasfemaba en armenio. La séptima. El sudor que caía a chorros por la cara de María impidió que viera ni más dibujos ni letras. La octava. Golpeó con el puño el botón de STOP. Con una fuerte sacudida y un quejido prolongado de los frenos, el ascensor se paró. En el silencio que se produjo a continuación, se escuchaba como una planta más arriba alguien rompía la puerta del ascensor con un objeto contundente y saltaba encima de la cabina. María sacó de su mochila un manoseado fusil recortado y –vaciando el cargador– perforó el techo. Cuando el atacante dejó de moverse, la agente desbloqueó el ascensor y lo subió a la planta doce. A la salida casi se resbaló y también su pelo estaba mojado y pegajoso. «Todo ok», escribió en el mensaje a su jefe inmediato. «Nada que una buena ducha no pueda arreglar.»

Dorotea Fulde Benke

Blog de la autora

7 comentarios:

  1. Dan Brown no tiene nada que hacer contigo pisándole los talones. Me ha encantado. ¿Qué quieres que te diga?

  2. Lo acabo de leer (dos veces) y sigo fascinado con el relato. Cómo engancha con su estilo, cómo describe las situaciones, cómo te deja con ganas de más…

  3. Me has llevado en vilo durante toda la historia. También me ha gustado mucho.

  4. Qué ritmo y qué estilo!!

    Enhorabuena por la historia. Saludos afectuosos.

  5. Ese pedazo de «monjarrr» (que diría Chiquito), esa «monja-mortadela» capaz de cambiar su destino con una recortada :O
    Muy bueno, Dorotea.

  6. Trepidante, y lo de los ejercicios de Yoga ingenioso. ¡Vaya tela de monja! Genial Dorotea:)

  7. Llevaré mucho cuidado con las monjas y los ascensores…saludos.

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