Dejo Minsk. Vuelo sobre los helados campos bielorrusos, en dirección a Ámsterdam, aún con la mente plagada de banderas rojiverdes, en un Embraer 175 de Belavia Airlines. Ayer gritaban las jugadoras griegas del equipo de voleibol del AEK: «¡pame!, ¡pame!» —que imagínense cómo se escribirá en griego—, que según parece significa: «¡vamos!, ¡vamos!». Pero no fueron. No fueron lo suficientemente buenas y sucumbieron ante el envite de las del Minsk. Perdieron el partido, pero ganaron la experiencia de jugar en Bielorrusia, que no es moco de pavo. Lo que hubiera dado yo, a su edad, por jugar contra el Minsk aunque se me hubieran helado las canillas. Las lágrimas griegas desataron la euforia de las rubias y espigadas bielorrusas. La vida es un continuo perder y ganar. Yo no sé aún el resultado del partido que he venido a jugar aquí.
En la recepción del hotel había una meretriz rubia, con unas botas rojas muy altas, que me hacía gestos obscenos para provocar mi masculinidad y debilitar mi economía doméstica. Los tres días me ha estado tentando como la serpiente tentó a Eva, y Eva a Adán, y Adán a todos nosotros. La tentación bíblica nos acecha todos los días, en muy distintas formas, como una hidra de siete cabezas.
Anoche las griegas lloraban en el hotel mientras veían en la televisión bielorrusa la repetición de las mejores jugadas del partido que, curiosamente para ellas, eran las peores, ya que todo depende del cristal con que se mire. Los culos de la griegas eran mucho más provocadores que los gestos de la puta oficial del hotel.
Pero yo estoy viejo para todo eso. Lo mío ya es únicamente una cuestión mental. La vida dentro de mi cabeza bulle con más precisión y recorrido que de mi calva para afuera.
Minsk sorprende por su sobriedad soviética. Resulta contradictorio que su biblioteca nacional, que debe pasar por ser unas de las más sorprendentes del mundo, no esté celebrando a bombo y platillo que la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich ha ganado el Nobel de Literatura. Se ve que lo que escribe no es del gusto de los que dirigen el país. Yo no sé si por eso, o por el simple hecho de que me gusta leer a escritores de todos los países que voy descubriendo merced a mi trabajo, voy a comprar alguno de sus libros para ver lo que se cuenta esa buena señora.
Los policías llevan unos gorros de plato, muy altos, de color caqui, que los hace todavía más altos de lo que son. El idioma ruso se impone al bielorruso, que queda relegado a un papel segundón y devaluado. Cambio cincuenta euros y casi me dan un millón de rublos, por lo que me animo a cambiar cinco euros más, ante la poco comprensiva mirada de la señora de la casa de cambio, y ya soy millonario. Creo que nunca había tenido un millón de nada en el bolsillo y uno se siente importante teniendo un millón. Aquí, una lavadora económica fabricada en Rusia cuesta poco más de cuatro millones. En algunas zonas del país, la gente trabaja por un salario mensual inferior a doscientos euros; sin embargo, por las calles de Minsk abundan los Mercedes y los BMW y la ropa de marca, pero de verdad, no de mercadillo. A uno y a otro lado del antiguo, pero renovado, Telón de Acero, las diferencias de clase se siguen acrecentando, de manera imparable, como un mantra. El poder sigue siendo el mismo, y actuando de la misma forma, con independencia del signo ideológico de los gobernantes.
La vida es un sálvese quién pueda en todas partes. Un «¡pame!, ¡pame!» a la desesperada en el que los débiles siempre tenemos las de perder por mucho que nos arenguen. Como las griegas. Pobrecitas, cómo lloraban las griegas…
José Fernández Belmonte
Me encanta leerle, se lo digo siempre.
No es sólamente por el extraordinario sentido del humor que suelo destacar en su trabajo. Valoro mucho esa tremenda capacidad de mezclar crónica y literatura; cómo se mimetiza a través de su mirada en espacios,costumbres, ideas… Y por su puesto el sello distintivo de su ironía: aguda,viva, precisa.
Vamos que haría usted actractivo el mismo Averno, si lo frecuentara.
Mi gratitud siempre por su trabajo. Abrazo fortísimo.
La verdad, Amelia, me dejaste sin palabras. Me trasmites tanto cariño que me haces sentir como un niño con zapatos nuevos. Un abrazo muy grande desde Murcia. Saludos
Eso hay que gritarte siempre, aquí o en Bielorrusia: «¡pame, pame!. ¡No dejes de contar estas historias». Viaja y haznos millonarios, si no de rublos, al menos de experiencias. Reales o inventadas. Eso nos da lo mismo mientras vengan de ti y nos hables de partidos, con sus victorias y sus derrotas. De la vida.
Un gran abrazo.
Elena, la ensalada estaba allí, tal cual y como la he narrado, yo tan sólo la aderecé y le puse un poco de salsa rosa.
Saludos