Como el arco y la flecha
sólo se rozan
nunca se encuentran.
«Presencia alterna», Eduardo Mitre
1. No es que la mujer 1 fuera perfecta —como su figura— y que la mujer 2 acumule defectos y males como lo hace con la adiposidad de su cuerpo.
2. Tampoco es aceptable decir que los incontables arabescos formados con el humo de aquellos veintitrés cigarros consumidos a diario por la mujer 1 hayan sido maravillas preferibles al tranquilo resuello que la mujer 2 libera, cada noche, entre las sábanas, haciendo recordar el rumor del mar.
3. Será que cada forma halla caprichosamente su sitio en el tiempo y en el espacio y con ello delinea lo que muchos llaman destino, por eso debo aclarar que «mujer» es el nombre de dos náufragas que riñen, cada una desde su océano, y convierten mi tránsito por sus aguas en una deriva cíclica.
4. Con la mujer 1 descubrí, hace años, la sinonimia entre bosque y sexo una tarde mientras huíamos del frío de montaña. Con la mujer 2, la que hoy vive conmigo, me he acostumbrado a la frialdad de los muros del hogar.
5. «Se descolgaban del techo. Pendían enfrente de mi rostro. La casa de la playa estaba atestada de ellas. Cuando niña, visitaba poco ese lugar y ellas agradecían la infrecuencia. El encierro era favorable a sus costumbres. Por eso me saludaban descolgándose frente a mis ojos, apenas me veían. Sentía que en realidad sólo iba a visitarlas y ellas tal vez sentían algo parecido. Me daban su bienvenida y yo les sonreía, agradecida, de que estuvieran ahí, porque lo importante es la presencia, ¿sabes?, ni el sitio ni el tiempo; a mí me basta para ser feliz el quién, no importa el dónde ni el cuándo; recuerdas un lugar, una época, gracias a quien ha estado a tu lado, aunque se trate de arañas juguetonas y amigables». Todo eso decía la mujer 1, con su desparpajo feliz iluminándole el rostro. «Sabrás ya que no tener un nivel digno, desahogado, a cierta edad, resulta inaceptable. No hay nada como tener lo que se desea, ¿entiendes? No pretenderás que ande por ahí sumiéndome en cuchitriles repletos de bichos, ¿verdad? Sabes que no soporto los bichos y menos los que tienen más de dos patas», dice la mujer 2, inflexible, cuando hablamos de mudarnos a un apartamento más chico en otro barrio porque los gastos de nuestra casa agarrotan mis bolsillos.
6. «Me iré de la ciudad. No tengo opción. A menos de que me saque el gordo en la lotería no podré llevar los gastos de la familia yo sola; ni aun vendiendo la casa de la playa bastaría para continuar aquí; mi madre quiere volver a Boston con mi abuelo; sólo me quedaría si me casara», decía la mujer 1 al enseñarme que la muerte de un padre es mucho más que la extinción de una vida. / «¿Y qué puedo hacer sino aguantar este matrimonio de tedios, mi entrega durante los años idos, malbaratados al precio de tu infidelidad constante?, o ¿Vas a negar que tienes otra, que siempre estás pensando en ella? », dice la mujer 2, convencida de que cuando la miro busco a alguien más.
7. Mas debo admitirlo: sí, soy infiel. Resulta imposible entregar mi vida sólo a la mujer 2, teniendo a mi lado, día a día, a la mujer 1. Pero esta última —la 1— resulta un triste y pálido nardo entre biznagas, un recuerdo terso en mi flácido presente: aunque sea la «otra» es la misma: la 2, pero en otro tiempo: la que fue quien ahora duerme cada noche, como astilla a la deriva de unas sábanas, sirviéndome de asidero mientras naufrago y recuerdo a la mujer 1, confinada a un antes del que a diario va y viene sin quedarse, para matar poquito a poco a la mujer 2, su enemiga.
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José Luis Enciso
@jlenciso
Fuente: Cultura colectiva