«Acompáñame», de Carmen Martínez Maricó. Por Rubén Castillo

Contaba Jorge Luis Borges que cuando una de sus abuelas estaba agonizando en su lecho convocó a los miembros de la familia y les dijo: «Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y corriente». Pese a esa sentencia valerosa o estoica, la muerte sí que comporta para la inmensa mayoría de los seres humanos unos tintes de zozobra, ansiedad, desconcierto o pánico que convierten la situación en un trance de difícil acometido. La certidumbre de que un día cerraremos los ojos y no los volveremos a abrir deviene losa emocional que, queramos o no, actúa sobre nuestro ánimo de un modo determinante.

La muerte, contradiciendo a la venerable abuela del genio argentino, sí que es algo extraordinario. Más extraordinario incluso que el nacimiento, porque de éste no somos conscientes, pero de la muerte sí: sabemos (gradualmente o de súbito) que nos estamos yendo. Y tragamos saliva porque ignoramos si hay algo que nos espera al otro lado; y qué es; y cómo va a ocurrir. Le tememos al dolor. Le tememos a la incertidumbre.Acompañame

La autora de este decálogo que hoy aparece en la página (editado por el sello Tirano Banderas) nos ofrece un utensilio auxiliar para que seamos capaces de acompañar de forma más adecuada a quienes se están yendo; para que sepamos qué decirles y cómo actuar; para que estemos a su lado en el proceso terrible y melancólico del adiós. Con palabras sencillas, que se deslizan ante los ojos de un modo fluido, la escritora nos va recomendando modos, palabras y gestos que su larga experiencia profesional en el mundo de la enfermería le ha permitido reunir e ir decantando, de tal modo que los lectores accedemos a una sabiduría fiable y confortadora.

Estamos señalados de forma unánime por la muerte. Y casi todos, también, vamos a enfrentarnos tarde o temprano a una situación terrible de permanencia junto a una persona agonizante, así que conviene leer este decálogo, que resultará útil para creyentes y descreídos, porque sus enseñanzas y consejos contienen tanta lucidez, tanta serenidad y tanto sentido común que resultaría imposible mejorarlo.

Rubén Castillo

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